En las complicadas negociaciones para cuadrar este Miércoles Santo, en la que todas las cofradías pasaron por la Catedral, la hermandad de la Piedad no puso ni un reparo. Cuando se decidió alargar el itinerario de casi diez kilómetros y recogerse a las 2.30, nadie puso pegas y, ayer, al salir, lloviznando sobre la ciudad, tampoco se dijo ni pío. Pero la Piedad, la hermandad de Palmeras, sí que habló. Sin palabras, pero lo hizo. Porque la cofradía lo contó todo con el grito silencioso de su estación de penitencia, con los vecinos que le siguieron desde el barrio, con su compostura, con la dignidad de su paso, que no depende de grandes recursos económicos, con la obra social y su labor de cohesión social que desarrolla en el barrio a lo largo de todo el año... Y sobre todo, con su llegada a la Catedral, otro momento histórico para esta hermandad en los últimos años que, mundo cofrade aparte, también se percibió en Palmeras como un hito para el barrio.

Por ello, quizá hablar de estrenos en la procesión de ayer sea secundario, aunque tampoco está de más citar los nuevos faroles de cruz de guía o la restauración de la imagen de Virgen de Vida y Dulzura y Esperanza, realizada por Antonio Bernal.

Y de nuevo, la solidaridad y el cariño se dejaron ver en el propio cortejo, como con la representación de la hermandad ad experimentum de la Conversión (del barrio hermano de Electromecánicas) o con la participación un año más de la banda de cornetas y tambores de San Juan Bautista de Pozuelo de Calatrava (Ciudad Real) en el ya cansado regreso o, en la ida, la de Sayones de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Pozoblanco.