Un año más, el Viernes de Dolores se alza como la mejor antesala de la Semana Santa. La plaza de Capuchinos fue ayer un hervidero de fieles que, como cada año, llegan a postrarse a las plantas de la Virgen de los Dolores, la Señora de Córdoba.

En medio de todo el bullicio comenzó la fiesta de regla de la hermandad de los Dolores, oficiada por el obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, y concelebrada por el vicario general, Antonio Prieto; el vicario de la ciudad, Jesús Poyato; el delegado diocesano de Hermandades y Cofradías, Pedro Soldado; el capellán de la iglesia de San Jacinto, Manuel María Hinojosa, y el jesuita José A. Rincón.

En su homilía, el obispo reflexionó sobre la relación del creyente con María, una relación que considera fundamental para entender el cristianismo. «No se puede ser cristiano sin ser mariano porque el cristianismo brota del fruto virginal de María», señaló. Finalmente, concluyó diciendo «que la Virgen proteja nuestra ciudad y a cada uno de sus ciudadanos».

Con este sentir mariano, la plaza de Capuchinos cada vez se llenaba de más fieles, las colas se sucedían y se bifurcaban buscando lo nacarada dulzura de la Virgen de la Paz, expuesta en besamanos en Capuchinos. La Dolorosa lució vestida con saya blanca y manto verde en un efímero salón del trono elaborado por la priostía de la hermandad. Una veneración que también tuvieron las imágenes de Cristo; en el Parque Figueroa estuvo expuesto el Cristo de las Lágrimas en besapiés, mientras que en la iglesia de los trinitarios el Cristo de Gracia, también en besapiés, volvió a recibir el cariño del barrio, que ya espera ansioso el Jueves Santo para verlo procesionar por las calles.

El ambiente era muy de Semana Santa: el sol, las tertulias en las calles, el olor a azahar, todo dispuesto para los días grandes ¡Qué alegría de sol!, decía un cofrade en la puerta de San Agustín mientras esperaba que abrieran las puertas del templo para contemplar al Cristo de las Angustias, expuesto durante la jornada en besapiés.

Con este ambiente llegó la tarde, una tarde con una temperatura inmejorable, para disfrutar con las cofradías que llenaron de vía crucis tanto el casco histórico de la ciudad como las zonas modernas.

Así, aún con cientos de fieles en la plaza de Capuchinos pasó Jesús de la Sangre. El Señor iba exornado con clavel rojo abriéndose paso entre la multitud. El rezo del vía crucis calló al público, las oraciones se sucedían y nos transportaban a otro enclave, esta vez a San Lorenzo, donde espesas nubes de incienso vislumbraban al imponente Cristo de Ánimas, que, con su característico sello, llenó de autenticidad penitencial las calles de San Lorenzo.

Un incienso que se mezcló con el que envolvía a Jesús Rescatado en una marea humana que lo acompañó en su vía crucis por el Alpargate. Muy cerca caminaba Jesús del Prendimiento, que salió del Santuario de María Auxiliadora. Una cadena de rezos que no se interrumpió en toda la tarde noche. Así, en la Cuesta de San Cayetano los hermanos de Jesús Caído acompañaron al Señor de los toreros mientras bien entrada la noche cruzó por San Agustín Jesús Nazareno.

Los barrios más alejados del centro también rezaron, como lo hicieron los fieles de Las Palmeras alrededor del Cristo de la Piedad o los de la Huerta de la Reina junto a Jesús de la Redención. Un piadoso rezo que reverberó en las bóvedas de la basílica menor de San Pedro ante el Cristo de la Misericordia, que tras el rezo fue entronizado en su paso.

Y precisamente sobre un paso se celebró el vía crucis del Cristo de la Providencia, desde la parroquia de la Trinidad hasta la Catedral. La imagen contó con el acompañamiento musical de la cordobesa banda de música de María Santísima de la Esperanza.

La noche se cerró con el rezo del vía crucis en la sierra cordobesa, en Scala Coeli, quizás donde se escuchó por primera vez junto al Cristo de San Álvaro.