El 1 de marzo la situación del Córdoba B llegó a unos límites que parecían escapar del control de Carlos Losada, y el club decidió relevarle por Jorge Romero. Tras caer 2-1 ante el Jumilla, el filial marchaba antepenúltimo y estaba ya a tres puntos de la salvación.

Fue sin duda el punto de inflexión del segundo equipo del Córdoba. Desde entonces, con la ilusión renovada de Romero, el equipo cogió un rumbo bien distinto y encadenó una sensacional racha de 7 puntos de 9 ante rivales de entidad como el Linense, y rivales directos como el Recreativo de Huelva. Llegaba así el Córdoba B a la recta de ocho partidos finales fuera de la zona de descenso y también del puesto de promoción.

UN FILIAL DESATADO

Llegaron entonces partidos clave, como las victorias por la mínima ante el Mancha Real o el Ejido, y la sensacional goleada 2-5 en el estadio de La Roda. Conforme llegaban los buenos resultados los chavales se desmelenaban, cogían galones, soltaban sus capacidades y demostraban su talento, a ratos practicando un fútbol exquisito.

Ante el Mérida llegó la cuarta victoria consecutiva, y con ello una salvación virtual que se certificó de forma matemática una semana después en Lorca. Fue entonces el momento de los juveniles, que en los últimos partidos demostraron que la cantera blanquiverde tiene un gran futuro.

Porque analizando los jugadores que han destacado hay que mencionar a los delanteros. Quiles, pero especialmente Moha, han sido los máximos referentes ofensivos del Córdoba B, y tras las lesiones y percances en la zona de ataque del primer equipo, se convirtieron en integrantes habituales de las convocatorias de Luis Miguel Carrión.

El otro gran protagonista ha sido José Antonio González. Su juego entre líneas, su capacidad goleadora y la versatilidad demostrada hicieron de él una pieza fundamental.

Ahora toca mirar al primer equipo para que no provoque, con un descenso traumático, que el filial, merecido integrante de la categoría de bronce, caiga a la Tercera División.