Como suele pasar en esta ciudad, el calor se despide sin dar ningún aviso previo, para darle la entrada al frío propio del otoño (solo es el mes de noviembre). Y eso ya se pudo comprobar anoche en El Arcángel. Una noche con un horario poco apetecible para asomarse a la espalda del Guadalquivir y ver un partido de fútbol, en lugar de resguardarse bajo el calor de unas paredes y una manta.

Aunque anoche, el brasero que cada cordobesista tenía en su cabeza era esa victoria que haría la vuelta a casa más llevadera. Eso y el amor por unos colores, como el amante que lleva tiempo sin ver a su amada y aguarda los días para volver a encontrarse con ella.

Arranca el partido y el frío llega rápidamente al césped. Ante esta circunstancia, los gritos de ánimo pueden ser una gran opción para entrar en calor. Sí, hubo gritos, pero para potenciar los grados en el palco. Avanzaban los minutos y en esta ocasión eran los jugadores del Córdoba los que querían transmitir calor a sus aficionados, y a ellos mismos, deseosos de ver ganar, al fin, a su equipo.

El encuentro llega al descanso, el momento adecuado para dejar el asiento y resguardarse de la brisa fría. 15 minutos para comentar y analizar el encuentro e insuflarse de ánimos. En definitiva, se trataba de mantener una mentalidad positiva y no caer en ese pesimismo que te lleva a pensar en cualquier cosa menos en el partido.

El árbitro pita el arranque de la segunda mitad y, cuando todavía la gente confiaba en sus ídolos, llega el jarro de agua fría con el tanto de Xisco. Unas palmas para entrar en calor, pero sobre todo para reconocer su gesto de perdón. Restaban todavía 40 minutos, pero a medida que avanzaba el tiempo y se caían las ocasiones sin acierto los ánimos se venían abajo y, en consecuencia, a sentir el viento.

¿Cómo se combate? El palco sigue ahí. Entonces, más gritos, pero esta vez a coro para calentarnos todos. Y ahí la grada entra en la dicotomía de mirar el reloj pensando en llegar a casa, al mismo tiempo que la conciencia indica que el final supondría otra desilusión, que llegó. En resumen, una noche para estar triste o resfriado.