Lo mejor tras meterse entre pecho y espalda un cocido maragato es pasear por la margen del río Bernesga y elevar hasta la misma preocupación tanto la digestión que espera como el resultado del partido. Fernando y Rafa notan «el fresco» que se siente ya a las cuatro y media de la tarde, casi en pleno mayo. «Si esto es ahora, verás en mitad del partido», dice uno de ellos. Se hacen cábalas de a quién alineará Sandoval, de que un empate puede ser bueno y ese tinte de jindama que adorna la ilusión no deja de aparecer. Pasan por el Palacio de los Deportes, junto al Reino de León, en el que hay una estatua que no se vislumbra bien. Sólo existe el partido, los colegas, las entradas, el «vamos para dentro ya»... En fin, la concentración del cordobesista previa al encuentro, que también existe.

Parecía que no, pero sí. Al final, la Cultural metió a casi 12.000 espectadores en el estadio, a pesar de que apenas 15 minutos antes del inicio había poco más de la mitad del aforo. Los más de 300 cordobesistas se hicieron notar desde el inicio, desde la previa del encuentro. Jalearon la salida del equipo a calentar como si hubiera anotado ya el primer gol. Y le mandaron el primer recado a Rodri, añadiendo a su nombre las iniciales de una bebida alcohólica. No se lo tomó mal el soriano, que sonrió, aunque siempre en ese punto de Rodri, que no se sabe bien si lo encaja de buenas o está provocando. El exblanquiverde hizo un buen partido, anotó el segundo y los cordobesistas continuaron acordándose de él en parecidos términos.

Rafa y Fernando sufrían en el descanso. «El equipo no está. O cambia mucho esto o...». Ese remate final de la frase lo conocemos todos. Pero los casi 300 de blanco y verde no desfallecían. Al igual que Magín, «el bombo de la Cultural». Cada partido del conjunto leonés, como los de muchos equipos, imagino, tiene su ritual con su protagonista. En este caso es Magín, tres décadas animando a la Cultural. Llega al Reino de León (antes al Puente Castro, quizás incluso llegó a conocer el Santo Domingo), se enfunda su camiseta de la Cultural, su chapela del tamaño de un pastelón cordobés para 12 y su bombo, que golpea con un cucharón, enorme, de madera. Tribuna arriba, tribuna abajo, Magín no para durante más de una hora. Un personaje que, si no se tiene, cualquier equipo debería inventarlo o ficharlo.

Magín es una de las almas de la Cultural: camiseta, chapela enorme y bombo golpeado con un cucharón

Porque si en Huesca -próximo rival blanquiverde- no se rebla, en León nadie se rinde. Y si hace falta, incluso desde megafonía, justo en el pitido que marca el descanso se lanza el grito de «sí se puede, sí se puede», para que nadie baje los brazos.

A pesar de ser poco más de 300, los cordobesistas no se amilanaron. El himno del Córdoba se escuchó a pesar de los intentos por enmudecerlo. Vaya si se escuchó. Pero la grada, todas, no sólo la de El Arcángel, aprieta aún más de lo normal si el equipo también lo da. Y la grada del Reino de León lo captó. Tanto, que no se distinguía un foco mayor de animación que el resto. A pesar de tener su «fondo oficial de animación», en el Reino de León animaban todos sin cesar.

A Rodri se le fue la pinza -igual fue postureo para perder aún más tiempo- cuando estaba ya en el banquillo, sustituido. Y el Reino de León se encendió aún más con Prieto Iglesias. El final con derrota no apagó a ningún cordobesista. «Sí se puede, sí se puede», cantaban cuando algunos jugadores se acercaban a agradecer el apoyo.

Rafa y Fernando descubrieron que la digestión del cocido maragato no dio ni tan siquiera una molestia. Otra cosa era la digestión del resultado, con 700 kilómetros por delante hasta llegar a la ciudad.

Y a la salida contemplaron que la estatua homenajeaba a la lucha leonesa. Un luchador agarrando al otro por la cintura y dejándolo con los pies en el aire, justo antes de caer. «Mira, el partido», dijo uno.