El grito colectivo, prácticamente unánime, de las más de 11.000 almas que había ayer en El Arcángel, tras atajar Carlos Abad un córner lanzado en el tiempo de descuento por el Almería, fue sintomático del peso de encima que se quitaron los aficionados del Córdoba. Siete semanas sin ver una victoria de su equipo son muchas semanas. El más optimista ya había cedido a la presión de su compañero de asiento, que en cada balón fallado le recordaba, con un comentario al oído, que ante el Almería tampoco se iban a conseguir los tres puntos.

Si algo define al hincha cordobesista es su pundonor y la resistencia al sufrimiento. Tras una nueva campaña iniciada de forma decepcionante, no cede a la presión social y acude fiel a cada cita en su estadio con su equipo. Porque sin duda alguna el aficionado blanquiverde es más que un aficionado. Los que ayer acudieron a las gradas del coliseo ribereño profesaron una pasión a sus jugadores más cercana al sentimiento religioso que al deportivo. Cuesta ver a una hinchada que perdone tanto, que anime tanto y que nunca se rinda a la evidencia.

El gol de Piovaccari fue celebrado como pocas veces en El Arcángel por una afición que por fin sonríe esta campaña

Porque el fútbol practicado ayer por el Córdoba estuvo lejos de ser excelso. Pero había alma en el césped. Había intensidad. Y eso es suficiente, al menos de momento, para que la afición blanquiverde vibre con cada jugada y apriete en cada balón que el rival gana. Algunos analistas deportivos aún dudan de la importancia de jugar de local. Si continúan en sus trece les recomendaría que viesen repetido el partido de ayer, y analizasen la influencia que la grada tuvo en el devenir del encuentro y en el resultado final. Fueron 11.000 contra 11, mejor dicho 14 contando los cambios, jugadores del Almería. Pero además de apoyo incondicional pasaron otras cosas entre esas filas de asientos. Y también en las bocanas de acceso, que se convirtieron de salida cuando llegó el descanso. El marcador lucía el 0-0 inicial y las caras eran largas, casi de apatía. El equipo no había estado mal, pero tampoco bien. El Almería tuvo acercamientos al área de Carlos Abad, pero el sentir general era que «el portero ha estado bien, muy seguro», y que la defensa, pese a algunas indecisiones, «ha estado mucho mejor que en Granada». Visita al retrete, cigarrillo de cortesía y vuelta a su sitio.

El aficionado del Córdoba degustó de buen grado el acrobático tanto de Federico Piovaccari, que llevó al éxtasis momentáneo al conjunto del estadio pero en especial a la zona de los Brigadas Blanquiverdes, colocados tras la portería donde se anotó el gol. Mordió una carta que sacó de su media el delantero italiano, en un mensaje aún por descifrar.

Luego tocó armarse de paciencia infinita, porque aunque el Almería no inquietó de verdad la portería de Abad, cada acercamiento provocaba un «verás tú». Un «por favor, no». Un «ay, Dios mío». Pero nada, los tres puntos se quedaron en casa. Abad bajó la pelota en ese saque de esquina, se lanzó al suelo, descansó unos segundos e hizo reposar las emociones de sus aficionados que, por fin, esta vez sí, se fueron a casa con la alegría de saberse ganadores.