Hay que empezar por el palo, porque es de lo que hablaba la afición al salir de El Arcángel y porque a fin de cuentas es con lo que se quedan todos. O casi todos. Al Córdoba le empató el Primera Málaga en la última jugada del encuentro, cuando faltaban apenas diez segundos para el final del encuentro, con lo que dejaba escapar dos puntos que tenía en el bolsillo y que posiblemente había merecido más que su adversario. Primero, porque un rival con un presupuesto seis veces mayor no le generó ni una ocasión durante más de una hora de partido. Segundo, porque en el minuto 21, Vicandi Garrido miró para otro lado en un claro penalti sobre Carrillo que hubiera cambiado, mucho, el rumbo del encuentro. Y tercero, porque este Córdoba de Rafa Navarro, con sus limitadas armas -al menos, más limitadas que las del rival-, puso en algún aprieto a un Málaga que solo pudo generar algo de desequilibrio, peligro o problemas cuando, tras el descanso, Ontiveros saltó al verde y después de unos minutos, necesarios para coger el tono, se hizo con la responsabilidad atacante de los de la Costa del Sol. Algo parecido a lo que ocurrió en el encuentro de la primera vuelta, aunque entonces, la superioridad del extremo marbellí y la de todo el ataque blanquiazul quedó patente en los primeros minutos. De él nació el gol visitante, en colaboración con Manzambi y con disparo final, dentro del área, de N’Diaye, imparable para un Carlos Abad que volvió a recordar al portero de la primera vuelta.

Ese fue el palo, un palo gordo y que confirma lo ya sabido y repetido desde aquí: la mala suerte intrínseca en esta temporada, de las que te hacen recibir un balonazo cuando vas a los toros.

Pero esa contrariedad o error -o quizás, ambos-, no debe hacer perder la perspectiva. El Córdoba debería haber aprendido hace ya meses que hay que equipos que haciendo correctamente un 60% de sus obligaciones son capaces de ganar o de sacar algo positivo. Otros, con un 80% les basta. En esa banda de porcentaje anduvo ayer el Málaga. Los blanquiverdes deben ponerse un cartel en la caseta: este Córdoba necesita hacer bien el 100% para lograr un triunfo, no puede dejar ni el más mínimo resquicio. Y a la experiencia debe remitirse.

Porque el porcentaje de cosas bien hechas del Córdoba, ayer ante el Málaga, fue alto, bastante alto. Rafa Navarro cumplió con lo prometido: equipo corto, ayudas, grupo solidario, pocos resquicios al adversario para sus penetraciones y sensación de que el Málaga tenía que hacer mucho más para hacerle daño. Cierto es que la presencia en ataque tampoco era notoria, pero estar ante un serio candidato a Primera División, mantenerle igualado el duelo y tener las mismas llegadas u oportunidades que un oponente de ese nivel ya era un gran paso adelante. Había que materializarlo, esperar el momento, que no llegó en una primera mitad muy equilibrada, aunque ese penalti que se fue al limbo pudo ser determinante para el devenir del resto del partido.

Un balón que salvó Fernández y un disparo de Álex Menéndez al que respondió bien Munir fue lo más destacado de esos 45 minutos para uno y otro equipo, mención obligada de la retirada de Adrián por lesión en el minuto 8, siendo relevado por Erik Morán que, a su vez, fue sustituido por Ontiveros tras el descanso. Le costó al Málaga, pero finalmente dio con la tecla, porque el extremo malagueño fue el hombre destacado para los suyos y el más influyente, junto a Bodiger, de todo el encuentro.

Ese segundo acto tuvo mucho más picante. El Córdoba se mostraba igual de serio en el concepto defensivo global, pero se le vio aparecer por los dominios de Munir por medio de Jaime Romero y de Andrés Martín. Tras una buena jugada iniciada por Blati Touré, Jaime Romero puso el balón en el área y De las Cuevas aprovechó el resbalón de Pau Torres para girarse y anotar el gol blanquiverde, que no solo hacía justicia, sino que refrendaba todo lo bueno hecho por el equipo de Rafa Navarro en esa primera hora larga de juego.

Un minuto después, Blanco Leschuk pudo igualar el electrónico, pero apareció Carlos Abad. Rafa Navarro movió el banquillo: metió a Manzambi por Andrés Martín, a Álvaro Aguado por De las Cuevas y a Piovaccari por Carrillo en el espacio de siete minutos. La idea mandada por el técnico era clara: seguir igual. Pero, ay, los hombres no eran los mismos, no son iguales y no respondieron igual. El desgaste y trabajo defensivo de Andrés no tuvo parangón con el de Manzambi. Piovaccari no parecía haber saltado al campo con apenas 10 minutos por delante nada más, sino como si el partido acabara de comenzar, mientras que Álvaro Aguado no llego ni tan siquiera al nivel del compañero al que había sustituido, lo cual deja sus minutos con una calificación muy pobre.

A diez minutos del final, Fernández salvaba bajo palos un cabezazo de Blanco Leschuk que Carlos Abad no fue capaz de impedir y a cuatro del final, el portero tinerfeño se hizo un paradón a una mano a cabezazo en plancha de Keidi Bare. Tras el rechace, Seleznov demostró que podría estar en aquel Fleetwood Town-Swindon Town de hace un par de años en el que no había manera de anotar.

Después de ese error, el del Córdoba que supuso el gol malaguista a diez segundos del final del encuentro. Pero ese palo no debe olvidar la zanahoria vista durante 92 minutos y 50 segundos. Un camino a seguir que ha abierto Rafa Navarro, que necesitará añadir a más jugadores a la causa de la salvación.