Nada hacía pensar que la visita a Badajoz debiera generar nervios, más allá de los lógicos que siempre hay durante los 90 minutos de partido. Pero no. Este partido, no se sabe bien por qué -o quizá sí-, tenía todos los aromas de una final o de ser un encuentro de esos diferentes, especiales, de los que se recuerdan “para bien o para mal” el resto de la temporada. Más allá de los enfrentamientos entre “los de siempre”, aquellos con los que el aficionado medio no se identifica, la previa en el Nuevo Vivero dejaba detalles. Javier González Calvo fue a saludar a los cordobesistas en el fondo sur del estadio y en el paseo se atusó el pelo no menos de una docena de veces. Se notaba la intraquilidad. Luego, en el palco, estuvo acompañado de los consejeros Adrián Fernández Romero y Jesús Coca. También estuvieron Miguel Valenzuela y Juanito. Y nadie más. Y eso que había nada menos que 150 butacas en el palco del Nuevo Vivero.

Se le ocurrió a Agné, pasada la media hora de juego, comentarle -que no protestar- al cuarto árbitro algún lance del partido que el árbitro principal había decretado. “¿Ha pitado falta, no? Falta, ¿verdad? Vale, vale”. La grada de tribuna del Nuevo Vivero, en realidad todo el estadio, se lo comía. Sí, la tensión se palpaba. Como cuando Munitis, ya con el marcador en contra, quiso introducir a Kevin y el delegado ponía el dorsal de Pablo Vázquez. El que fuera central del filial blanquiverde se fue para la banda y allí saltaban todos. “Que no, que no”. Finalmente, el defensa regresó a su posición y tuvo que pegar el esprín Isma Cerro para que el espigado holandés terminara por saltar al terreno de juego. Pidió un penalti, por cierto, y nada más caer, se levantó para revolverse contra el colegiado. Una larga carrera que se frenó a tres o cuatro metros del vasco, que se le quedó mirando, corriendo hacia atrás, mientras le advertía con la mirada: “Ven, ven, que vas a ver lo que tengo aquí en el bolsillo”.

Los nervios lógicos por la importancia del choque. Pero en clave blanquiverde reconfortaba ver cierta transformación, ciertas pinceladas -en ocasiones, trazos remarcados- de carácter, incluso de genio relativamente controlado. Xavi Molina requiriendo a un compañero para su correcta colocación, Javi Flores explicándole a Fran Gómez que no corriera solo contra todos con el balón, que una vez recuperado había que realizar un cambio de sentido para ampliar el campo al rival, o Imanol García, haciendo coberturas, algunas de ellas, que ni siquiera le correspondían para intentar llegar a todos sitios, incluso a los que parecían imposibles. Djetei se perderá el próximo encuentro al ver la quinta amarilla, pero tanto la victoria, como su actuación, como el gol no le borraba la sonrisa de la boca al camerunés cuando se dirigía hacia el bus oficial, camino de Córdoba.

A la puerta del estadio pacense aún quedaban aficionados blanquiverdes para despedir al equipo, de vuelta a la ciudad. “Vaya fatiga, niño”, comentaba uno al mirar hacia atrás las tres últimas horas. “El caso es que ellos no han tenido ocasiones y nosotros sí que hemos tenido dos o tres”, respondía el otro. “Más el gol”. “Telita el moreno”, contestaba un veterano seguidor cordobesista con una sonrisa pensando en Djetei, y le recordaba al amigo que “tú no querías ni venir y fíjate”.

También hubo tiempo para comentar la previa del partido, los problemas de “esos” que, comentan los peñistas, “no son aficionados”. “Pero si la mejor manera de resolver todo es de esta manera”, afirmaba uno de ellos, mostrando en el móvil el resultado del partido. En fin, que los nervios de casi tres horas dieron paso a la tranquilidad, casi a la serenidad. Pero como el aficionado cordobesista no descansa nunca en su fatalidad, acto seguido tiene que preguntar. “¿Qué tiene Valverde? ¿Y Djetei? Mira que si no pueden estar contra el Sevilla Atlético…”.

A veces, de tanto sufrir, hay quien no puede disfrutar ni cinco minutos de lo bueno que le ofrece el fútbol. O la vida. Será cosa del Córdoba CF, quién sabe.