El Córdoba dio ayer un paso más en su lento pero inexorable camino hacia la Segunda B, hacia la división de bronce. Lo hizo espoleado por la música rockera de Queen en la previa del partido, que hizo presagiar una reacción futbolística que, sin embargo, quedó en 50 minutos para la galería.

La sinfonía fue compuesta por los gritos, quejas y abucheos del fondo sur de El Arcángel, donde las Brigadas Blanquiverdes se erigió en protagonista del hartazgo hacia el máximo accionista, Jesús León, al que dedicaron varios piropos además de pedir su dimisión. De hecho, y por primera vez esta temporada, el himno del Córdoba fue silenciado en gran parte por los pitos de la afición cuando los jugadores saltaron al campo.

No fue, sin embargo, como en casi ningún partido de la temporada, un grito masivo que surgiese de las entrañas del coliseo ribereño. Sí se escuchó de forma evidente a partir del minuto 79 en todas las gradas, pero, eso sí, de una forma más tibia que contundente. La sensación que destila el campo del Córdoba es la de una afición que asume con una mezcla de desidia, apatía y pena la penitencia que arrastra a su equipo a la Segunda B. Los gritos, cánticos y fantasmas pusieron el matiz a una afición que, con un duro verano por delante, debe ser el sostén que aguante al conjunto blanquiverde y le haga resurgir de sus cenizas en la próxima temporada.

Mientras tanto, la hinchada también se acordó de los futbolistas, en una segunda parte demencial en la que el apelativo de «mercenarios» brotó de la garganta de los hinchas del fondo sur.

Sin embargo, lo que más hiela la sangre no es, precisamente, la protesta -lógica y hasta corta para la situación que vive el equipo a nivel deportivo y extradeportivo-. Lo que acongoja es que los algo más de 6.000 estoicos que aguantan aún, que acuden cada partido a El Arcángel, asistieron al partido ante el Zaragoza como el que va al cementerio a ver las tumbas de sus familiares fallecidos. Callados, con alguna queja más al cielo que al césped, apesadumbrados y desfilando, ya a la salida, con cierta letanía. La afición cordobesista asiste prácticamente sedada al descenso de su equipo a Segunda B y, mientras tanto, mira al horizonte en busca de una solución a medio plazo que, de momento, no atisba.