En apenas cinco horas se pudieron ver en Almendralejo dos maneras de vivir el fútbol, tan diferentes que se hace difícil que todos los protagonistas formen parte de él. O más bien algunos de ellos. Casi tres horas antes del inicio del encuentro se producía el almuerzo del consejo del club extremeño. Su presidente, Manuel Franganillo, se sentaba a la izquierda del alcalde de la localidad pacense. Enfrente del primer edil, Luis Oliver y presidiendo la mesa, Mario Conde. El ambiente era distendido, podría decirse casi de fiesta. Se hablaba de fútbol, sí, pero también de cosas que rodean a este. No parecía que el Extremadura jugara una final un par de horas después.

Fuera, se diseminaba el medio millar de aficionados blanquiverdes en los alrededores del Francisco de la Hera. Entre ellos, los Brigadas, Pedro Fernández -incansable en su seguimiento al conjunto blanquiverde- y María. María aún es menor de edad y cumplió 17 años hace unos días.Viajó con sus padres y su tía y la sonrisa, a eso de las dos de la tarde, era de las que avisan de que algo grande va a pasar, de que hoy es el día. Debía ser ese partido que, junto a otros, contase a sus hijos o sus sobrinos dentro de unos años. Contar que fue con los abuelos y que la victoria de su equipo supuso el punto de arranque de otra remontada memorable.

Y sí, vaya que el partido va a ser recordado. Tanto, que mientras que Oliver y los suyos festejaban la victoria, la mayoría de los cordobesistas desplazados no aceptaron el aplauso de algunos de los componentes de su equipo. Demasiado dolor y rabia acumulados como para ir a aplaudir o reconocer el apoyo recibido. Porque ese respaldo no se vio reflejado luego en el campo, no ya en el resultado, sino en el esfuerzo, en el trabajo, en la actitud de algunos. Demasiada tristeza.

Tanta, que la felicidad local, a la salida, contrastaba con la cara de María. Situada en una esquina del Francisco de la Hera, su rostro aún denotaba las lágrimas derramadas. Los mayores nos tomamos las cosas de otra manera: solemos pagar la rabia con otros o incluso recurrimos a algo tan sórdidamente humano como buscar culpables hasta debajo de las piedras. María solo tenía tiempo para llorar y para intentar remontar de alguna manera la tristeza en la que la había sumido, una vez más, su equipo. Se levantará de nuevo, seguro. Pero alguno de la caseta debería haber visto las lágrimas de María.