Ayer, Domingo de Ramos, comenzó la Semana Santa, la que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Cristo. También fue el día en el que el Córdoba perdió lo que le quedaba de fe en la permanencia.

Los jugadores se encargaron de certificar, con su desidia y su falta de garra, de compromiso con la causa, la muerte virtual de este equipo, solo a falta de que las manidas matemáticas sentencien lo que ayer, definitivamente, está más que claro.

La afición estalló. Es lógico y previsible. Se acordó del presidente y máximo accionista, Jesús León. De los jugadores, a los que llamó «mercenarios». Hubo reproches individuales a algún que otro futbolista, pero la imagen dada por el equipo fue tan lamentable que no cabe individualizar. Poner el foco en uno de ellos restaría el funesto protagonismo al resto.

Con las procesiones en la calle la gente acabó por marcharse del estadio poco a poco, pero con paso firme, desde el minuto 59, con el tercer gol del Lugo. Más valía la pena marcharse al centro y disfrutar del primer día de la semana de pasión de Córdoba.

La mayoría del público desfiló más o menos en silencio, con algunos pitos y lamentos, pero sin generar una verdadera discordia. Afrontó la penitencia como una hermandad de negro, con cierto tono fatalista y apesadumbrado. Con más fe en las imágenes de la semana santa que iban a ver en procesión que en un equipo que yacía muerto, crucificado y casi sepultado en el césped. Conforme las gradas se iban quedando vacías algunos, la mayor parte de ellos jóvenes, comenzaron con cánticos que ya entraban en la descalificación. Igual de comprensible es el enfado de la hinchada como doloroso que acabase celebrando el cuarto gol del Lugo como si fuera su equipo.

La cita marxista de «la Historia se repite, primero como tragedia y después como farsa» bien pudo firmar lo ocurrido en la grada de El Arcángel en los últimos minutos del partido de ayer. Cruel destino el que le espera al Córdoba en estos dos meses, hundido en lo deportivo, muy tocado en lo institucional y que (no) navega en un barco varado, oxidado a orillas del Guadalquivir y con el moho entrando en todos sus camarotes.

Mucho queda por solucionar en la casa del cordobesismo. Mucho por mejorar, por arreglar. Tiempo hay por delante. Ahora comienza su penitencia, después del lunes de luto llegará el martes, luego el miércoles y así sucesivamente hasta el Domingo de Resurrección. Ascenderá Cristo a los cielos, en su cita anual con el misterio de la vida eterna, y aún le quedará al Córdoba casi dos meses de sufrimiento por los campos de una Segunda que ya no verá la próxima temporada, salvo un milagro tan grande que, ni siquiera en Domingo de Ramos, cuando se escribe esta contracrónica, parece factible.