El verano es una mentira. Así, en general. Previa operación bikini, estás más delgado que los nueve o diez meses restantes del año. También más moreno y, por lo tanto, más atractivo. Algunos, como yo, ni así. Incluso la forma de divertirte tiene pinta de enorme trola, porque sólo durante un mes, tres para los más pudientes, te apalancas en la hamaca de uno de esos chiringuitos chill out con ropa que te pones sólo para el estío, exclusivamentes para tus momentos playeros. Vaya, que ni tú te reconoces.

Una indulgencia que nos otorgamos porque lo merecemos después de 10 u 11 meses de trabajo o de sufrimiento. Algunos, la mayoría, somos conscientes de esa mentira, que la persona que somos en agosto no es la del resto del año. Precisamente, y entre otras cosas, para eso están las vacaciones. De ahí esa legítima desconexión con la realidad diaria, de la gris rutina del resto del año. Lo que chirría es que algunos intentan convertir su vida en un perenne verano. Y la verdad es que queda un poco ridículo. También, curiosamente, ésa es la época en la que se deshacen y rehacen plantillas y se intenta generar algo que parezca un proyecto en cualquier club de fútbol. En el Córdoba, bajo una campaña con un lema con palabra muy cordobesa (para simular apego) se fue quien se fue y se intentó convencer (y lo consiguió con algunos) de que lo que llegaba era no ya igual, sino mejor que lo vendido. Con una descarada descapitalización del equipo llegó el otoño y se intentaron cambiar las playeras por unos zapatos cualquiera. Se entró en el invierno y aún se busca poner un gorro de lana a quien insiste en no quitarse la camisita ibicenca y las bermudas.

Y así anda este Córdoba, con más frío que en la comunión de Pingu y, para evitar gastar aunque sea en las rebajas, asegurando que no hace rasca, que es que no estamos preparados mentalmente -ni el equipo, por supuesto- para valorar en su justa medida el modelito ibicenco con gorro de lana gastado y zapatos de tres temporadas anteriores. ¿Gastarse? Menos que una esquina de bronce. Lo ocurrido ante el recién ascendido UCAM no es sino la prolongación de lo que se ha venido contando incluso desde las últimas semanas de verano. Un episodio más, que no por previsto deja de doler, de apenar al menos. Para colmo, si en la previa se hablaba de las primeras y segundas partes de este Córdoba, volvió a cumplirse. Y es que, por mucho que se intente cambiar, abrochar un botoncito más a la camisita, lo que hay es lo que hay. Y lo que tiene Carrión -o el que venga en su lugar- es una plantilla para pelear de mitad de tabla para abajo, con lo que el descenso estará siempre ahí, acechando.

Una vez finalizado el encuentro se puede mirar la primera parte de los blanquiverdes como «la buena», que en realidad es la menos mala. Como si al ver el segundo plato con un filete empanado requemado te acuerdas del caldito y lo conviertes, mentalmente, en una sopa castellana de primer orden. Carrión cambió el dibujo e intentó un 1-4-2-3-1 con un doble pivote defensivo y físico que no evitó que un equipo débil como el UCAM tuviera más de una llegada. De hecho, incluso un gol anulado por un fuera de juego que no fue.

Cierto que el Córdoba mejoró la imagen con respecto a encuentros anteriores en ese primer cuarto de hora, sobre todo auxiliado por un Javi Lara que acaparó la mayoría de acciones, tanto en juego como a balón parado. Detalle no poco importante: se recurrió de nuevo a los veteranos: ni rastro de Javi Galán, Esteve, Borja Domínguez... Antes de los 10 minutos el Córdoba se puso por delante al aprovechar Rodri la merma física de Hugo Álvarez. Intentó reaccionar sin muchas ideas el UCAM y hubo momentos en los que los blanquiverdes se rehacían y lograban llegar con cierto peligro por las inmediaciones de Biel Ribas. Una zamorana de un defensor universitario que no vio el árbitro confirmó la mejoría blanquiverde. No era otro equipo. No era buen juego. Ni siquiera creación de fútbol. Pero sí un pasito que era suficiente ante un adversario tan blandito, sobre todo por los flancos.

Y volvió a llegar el segundo plato del menú. En el minuto 53, en una jugada en la que tocaron Basha y Juande en línea de tres cuartos, dentro del campo del Córdoba, ya se pudo comprobar que los locales llegaban de nuevo tarde. Ese medio segundo de cada encuentro de toda la temporada, incluso de la anterior. Un golpeo cruzado de Luis Fernández que se marchó por muy poco se inició con una arrancada de Basha que seguía mostrando cómo el Córdoba iba perdiendo fuelle paulatinamente. Con un punto de fuerza, este Córdoba puede competir. Ojo, con equipos de su Liga. Sin ésta y sin ideas... Sufrimiento. Que fue lo padecido por los menos de 11.000 que se dieron cita en El Arcángel durante la última media hora. El balón era visitante y el gol fue cuestión de tiempo. Saque de banda, centro fuerte y raso y Rodas, en su intento de despejar, alojaba el esférico en las mallas. Y tuvo su punto el último cuarto de hora, porque el UCAM no sabía si irse a por el partido, visto el derrumbe local, o defender el puntito. Se quedó más bien con lo segundo, a medio camino, sin intentarlo del todo y mirando siempre sus espaldas. Y ni aún así pudo el Córdoba meterle mano al adversario. Lo último, los dos delanteros sancionados para Lugo, así como el mediocentro defensivo titular desde la llegada de Carrión. Todo ello sazonado con gritos contra el consejo y preguntándose una vez más dónde están los millones.

Y entre la pena personal y los gritos colectivos uno se acordaba del verano, de las ganas de playa, del fútbol, de fichajes y de aquel original eslogan para simular cercanía por el dinero de fondo. Déjate de pegos tú, anda.