En los próximos días van a escuchar voces diciendo que quedan muchos partidos por delante, que esto aún no ha terminado, que no hay que fiarse de nadie y que lo más prudente es mantener la cautela. Pues claro. Todo eso es una verdad tan grande como que el Córdoba ha contestado en las últimas semanas a la pregunta que tenía en vilo a la afición. ¿Está preparado para pelear por el ascenso a Segunda? La respuesta es sí.

Por más que los entrenadores trataran de desdramatizarlo, el partido del Nuevo Vivero encerraba mensajes ocultos que ahora salen a la luz en todo su esplendor para el ganador. El Córdoba había coleccionado pifias cada vez que se enfrentó a la posibilidad de derribar la puerta del play off: siempre se quedó en el amago. La cadena de tentativas fallidas generó frustración colectiva y una irritante inquietud que corroía las entrañas del cordobesismo.

El Córdoba siempre parecía de otra clase -inferior, para qué engañarños- cuando medía sus fuerzas con los adversarios que le precedían en la tabla. Eso cambió en Badajoz, donde se vio a la escuadra de Agné comportarse a la altura de las circunstancias. Jugó contra un equipo instalado desde hace meses entre los primeros, en un estadio histórico y con mucha gente en las gradas. Los locales estrenaban entrenador y defendían su posición en el cuarteto cabecero.

Había presión. Una derrota hubiese supuesto quedarse muy lejos -cinco puntos más el coeficiente particular- de los pacenses en la clasificación y otra puñalada a la ilusión que se trata de reconstruir a toda prisa, con una mutación radical de la entidad que va más allá del mercado invernal.

El Córdoba está apretando y por la zona alta ya se detectan los estragos de la competición. Llega la etapa del fútbol para adultos, un periodo del campeonato en el que sobran las excusas y se requieren soluciones prácticas. Lo bello es lo útil. Y ahí está el Córdoba diciendo que sí, que puede.