Cuesta creer que un gol en la jornada 12 pueda levantar a todo un banquillo del Córdoba, llevar al éxtasis a los diez jugadores blanquiverdes que quedaban en el campo y que estos, portero incluido -Marcos Lavín- se vayan al córner donde se ha anotado el tanto para fundirse en una felicidad increíble con la afición, que prácticamente cantó el segundo gol de Jovanovic, el tercero de los locales anoche, como si hubiese sido el necesario para ganar una Copa o una Liga. Pero, en realidad, todo aquel que siente en blanco y verde dio, como mínimo, un bote en el sofá o en su asiento en El Arcángel cuando Jova coló la pelota en la portería del Extremadura. Se le preguntó a Sandoval, al término del partido, si se había quitado un peso de encima, y con la boca pequeña, pero con una alegría en el rostro, lo reconoció. Pero no solo él, todos los que estaban en el estadio del Córdoba vibraron, se alegraron y se abrazaron con el que tenían al lado.

La ocasión lo merecía, porque 15 minutos antes de que Romero le diese la vuelta al marcador la situación era bien distinta. Las caras eran largas, muy largas, en el respetable. El Extremadura había conseguido voltear el gol inicial de Miguel de las Cuevas gracias, entre otras cosas pero como principal factor, a que el Córdoba se había quedado con diez jugadores por la expulsión al borde del descanso de Federico Piovaccari. El italiano se equivocó, y él mismo sabe que lo hizo, cuando empujó a Enric Gallego que acababa de marcar y que trataba de coger el balón para llevarlo al círculo central. El encuentro había estado controlado hasta entonces por el Córdoba, pero si ya se notaba la tensión en el césped, esta llegó a la grada, que puso más que un granito de arena para que la victoria fuese posible.

Se desata la locura

Con el 1-2 anotado por Willy más de uno se dejó llevar por la desazón. Los extremeños dormían el partido, el Córdoba trataba de quitarles la pelota pero le costaba, la inferioridad numérica pesaba como una losa sobre las piernas y, especialmente, sobre las mentes de los futbolistas blanquiverdes. La locura se apoderó de la grada, primero, con la expulsión de Pomares; y casi acto seguido, con el empate a dos, obra del serbio Jovanovic, que salió como un revulsivo que, sin duda alguna, cambió el partido en su recta final. Solo hay que mirar las estadísticas de puntos logrados fuera y dentro de casa de cualquier equipo para aceptar el papel que tiene una afición local para influir sobre el terreno de juego. Sandoval habló de «simbiosis» entre grada y jugadores, aunque la palabra «locura» también podría definir lo que pasó ayer en El Arcángel entre el primer gol de Jovanovic, en el minuto 76, y el segundo del serbio, ya en el 90’. El más cortado y cauto se había subido a su asiento y levantaba al cielo su bufanda. Los chavales corrían por los vomitorios dándose abrazos cuando llegó el cuarto, obra de Jaime Romero. Esta afición aprieta de lo lindo y se merece la alegría con la que se fue ayer. Aún no se ha hecho nada, el Córdoba sigue en descenso, pero ganar de forma épica siempre viene bien. Aunque alguno se echase la mano al pecho, alarmado. No hubo dramas, solo caras sonrientes. Habrá voces cautas que pidan paciencia, reflexión y calma, pero anoche tocaba disfrutar. Anoche tocó una victoria del Córdoba. Y hoy domingo, a desayunar con el corazón contento, que mañana será otro día.