Era noviembre del 2013, entre «Parrilla y Solera». Se sentaban a la mesa más de media docena de comensales entre los que figuraban Carlos González y Cándido Cardoso. González barruntaba la destitución de Pablo Villa, situado a su lado durante el almuerzo, y su entorno le insistía en que no era aconsejable, a pesar de la evidente pérdida de fuelle del equipo. Unos días después, el Córdoba perdía en Zaragoza entre rumores de cese del entrenador. Otras virtudes adornan a la propiedad, pero nunca pudo emplearse como espía, dada su innata incontinencia verbal. El Córdoba caía al puesto 13 de la clasificación y a pesar de su deseo y de tener apalabrado a Bordalás, el dios menor del Córdoba hizo una de sus escasas concesiones y escuchó a su entorno. Cansado de esperar, el alicantino firmó por el Alcorcón. Pablo Villa perdería el puesto casi tres meses después. En el mercado estival de fichajes, cuatro meses antes de aquel almuerzo, el técnico blanquiverde había asistido, entre sorprendido y resignado -aunque colaborado, ya que la oportunidad era de oro, pensaría, como tantos otros-, a la confección de la plantilla por parte de los mismos «responsables» que el pasado verano de láminas de Rorschach.

Alguien en la mesa, y a pesar de la presencia del onubense, levantó la voz: «Carlos, lo que no puede ser es que la plantilla la hagas tú con Cándido. Tiene que venir un profesional que ponga orden y que haga de enlace entre el club, la plantilla y el cuerpo técnico. Y que mejore en lo que se pueda lo mucho que hay que mejorar». En definitiva, un hombre de fútbol. De los de verdad. Algunos de los que estaban en la mesa se quedaron lívidos, esperando una reacción típicamente airada del dios menor de El Arcángel. Sin embargo, González, con aparente resignación y ante la sorpresa de todos, aceptó el consejo, mientras Cardoso callaba, encajando el enésimo golpe. Unos días después, elegido por la propiedad -por supuesto, el factor económico fue el que más pesó entre los candidatos-, llegó Pedro Cordero. Con menos de 100.000 euros tenía que modificar el plantel e hizo lo que pudo con retales. Nieto, Juanlu, Obiora... Tuvo a Samu Sáiz en su casa cordobesa, esperando la respuesta afirmativa desde arriba y, a pesar de que el hoy jugador del Leeds fichaba prácticamente gratis, el Siri de El Arcángel dijo que naranjas de la China. Con un pasado desordenado que motivó su salida del Almería B, Samu Sáiz esperaba un hijo que traía bajo el brazo, más que un pan, un propósito de enmienda por parte del jugador. La negativa blanquiverde le llevó al filial del Atlético y, de ahí, Petón, alma deportiva -y dueño- del Huesca, a El Alcoraz.

El cartagenero se hartó de hablar con Villa y con Cándido y le salieron callos en los oídos y en el ánimo de escuchar y soportar a González. Con la propiedad no queda otra. A pesar de que González volvió a insistir en destituir a Villa tras el empate en Vitoria, finalmente el hoy ayudante de Emery en el PSG fue defenestrado tras la derrota en casa ante el Eibar. «Carrión es mi hombre», insistía González, sin escuchar a su entorno, ni a Cordero, ni a Cándido y tras cortar la comunicación con los que eran, hasta semanas antes, sus «amigos» en el vestuario. Carrión iba a ser, por lo tanto, su entrenador hasta final de temporada. Llegó la derrota de su debut en Soria y tuvo que hacer caso, a su pesar, a Cordero y a Cardoso para que trajera a Ferrer, principalmente porque también era un saldo de mercado. Del resto de la historia, parte ya se ha contado, como la tabarra de Cordero -con aviso de destitución incluido- al Chapi para que cambiara el sistema a uno de defensa y contragolpe. Esos meses fueron los únicos en los que se permitió trabajar con cierta holgura a Cordero, sobre todo por el referido alejamiento de la propiedad con el vestuario. Con la primavera cordobesa, el mayo en fiesta y el tiempo volvieron las amistades. Y también, claro, con la escalada en la clasificación. Una vez logrado el ascenso... La avariciosa locura. Queda por contar mucho. Por ejemplo y entre lo que tiene aún vigencia, el desenlace del Elefante Cósmico con su equilibrio financiero, el límite salarial del que hubiera dispuesto la entidad blanquiverde en la 2014/15 en caso de no conseguir el ascenso o los paseos de la LFP por El Arcángel con gorra, placa y papelito rosa en mano.

Sin el mismo feliz final de entonces, por supuesto, la historia de este Córdoba de la 2017/18 ha comenzado muy parecida a aquella. Intervención directa y diaria en el vestuario, mantenimiento del gran hermano institucional en el club, vanos intentos de envolverse con la bandera y el escudo de la entidad y planificación veraniega con los mismos protagonistas. Pero la única verdad es que el Córdoba, como entonces, como el pasado verano, vuelve a necesitar un profesional del fútbol. De los de verdad. Necesita recomponer la plantilla sensiblemente. Pero esta vez la economía no se encuentra -no debería encontrarse- en la precaria situación de la 2013/14. Ni mucho menos. Y la necesidad no pasa por entrar en play-off o mantener la pelea en una Liga igualadísima, como fue aquella de la 2013/14. La caja no es la de entonces y el objetivo es la supervivencia, ser el quinto menos malo de una Liga de 22. Ojalá se vuelva a entrar en razón. Si hay algo bueno en el segundo tropiezo con la misma piedra es que en el primero se reculó y se admitió la irresponsabilidad. El Córdoba y su gente lo merece. Y debería ser un ceramista el encargado de recomponer el jarrón y no los que lo destrozaron creyendo que era un cántaro de hojalata. Así lo tratan.