Si algo le ha quedado claro al Córdoba tras su paso por La Rosaleda es que el trabajo no se puede cambiar por nombres o por planteamientos que nada tienen que ver con el fútbol o, si tienen que ver, son infantiles y, por lo tanto, estériles. Bueno, le ha quedado al Córdoba claro, pero ojalá le quede claro a quien le corresponde en realidad, porque mientras que esto no sea así la imagen será siempre la misma, con algunos matices en función del estadio, del rival, de los biorritmos o de que en el almuerzo toque un arroz con callos u otro con bogavante: un equipo con voluntad, con actitud en la inmensa mayoría de sus componentes, con el suficiente compromiso como para seguir tras él y un equipo con ganas de hacer cosas. Lo único que le hace falta, poca broma -como en el anuncio-, es saber el qué. Porque hasta ahora, esperar a ver si cae el caramelito porque sí, porque yo me lo merezco y lo deseo con todas mis ganas, no está resultando. En eso se ha convertido el Córdoba. Y se hace una preocupante costumbre, esa que ha tomado el Córdoba, de ser el elemento decorativo de las fiestas. Ocurrió en Albacete (3-0) con olés del público antes ya del descanso, y volvió a repetirse en Málaga (3-0) en una Rosaleda que hacía la ola antes de cumplirse la hora de encuentro.

Lo visto en la Copa no fue suficiente para cambiar. Bueno, lo fue sólo para alguno, no para todos. El descubrimiento de Blati y poco más, porque de algunos de los que estuvieron sobre el césped malagueño, ya se barruntaba antes del torneo copero su entrada en la titularidad. Sólo hacía falta la excusa. Y se consiguió. De ahí que unos sí y otros no, a pesar de la incongruencia de buscar frescura física con tres futbolistas que habían jugado tres días antes y uno de ellos, incluso, con un partido internacional (y viaje adicional) en las piernas .

El primer cuarto de hora dio para corroborar (al parecer alguna mente hace falta aún por convencer) que Loureiro no puede ser el encargado de subir el balón. También, que a Andrés Martín intentaron ponerle el traje de Erik Expósito y, claro, le vino enorme. Por cierto, un Andrés Martín al que muchas voces han insistido durante semanas en «llevarlo con paciencia», en «darle su tiempo» para, alguna de ellas, echarle un miura como el Málaga en La Rosaleda e insistiendo en colocarlo como hombre de referencia en ataque. También se pudo comprobar, ya en solo un cuartito de hora, lo que se lleva explicando y comentando desde hace semanas y que ya es un sentir en los seguidores: hay titularidades inexplicables en este Córdoba, al igual que hay mucho trabajo por delante. El que tocaba en esta fase de la temporada y el déficit que se tiene en el último mes largo. El primer gol de los malagueños, justo al cumplirse el primer cuarto de hora, es un claro ejemplo de ello. Al desconocido central del Málaga, Luis Hernández, se le ocurrió hacer un saque de banda de los que, al parecer, no suele realizar. Eso, combinado con una desesperante blandura, resultó letal. Cabezazo de Blanco Leschuk hacia el punto de penalti, en donde entraba, completamente solo, Adrián. El hijo de Míchel cabeceó casi a placer. Era el gol más tempranero del equipo de Muñiz en Liga, que ante el Lugo y el Alcorcón tuvo que sudar sangre para ganar los tres puntos.

Cuando a la media hora se vio a N’Diaye salir de la presión de hasta tres jugadores rivales -desordenada, a empellones, como íbamos en la etapa de infantiles- a alguno nos entró ganas de coger el mando y darle al paso rápido de imágenes para ir al minuto 89 rápidamente y ahorrarse el disgusto. No sólo era superior el Málaga. El Córdoba nunca intentó ni planteó una situación para probar a inquietar al equipo de Muñiz. Así que el partido se convirtió en un pasar el tiempo, más que un dulce, un pazzo far niente. Antes del descanso, Ontiveros anotó el segundo tras un buen rechace de Carlos Abad.

En la vuelta de vestuarios poco cambió. De hecho, el Córdoba regresó con los mismos once con los que se fue, con el cambio obligado de Aythami por Valentín al lesionarse este en el minuto 20. Si el Málaga se distingue en este arranque de temporada es por su rocosidad de mediocampo hacia atrás. Ahí es como pinchar en hueso, de ahí que intente aprovechar los espacios que le dejan los rivales como arma principal en ataque, amén de la calidad individual de sus hombres. El Córdoba le dejó esos espacios y en el segundo acto cogió el balón que le entregaron los costasoleños. Como se adivinaba, nada ocurrió. El conjunto blanquiverde tocó, tocó y volvió a tocar... Para nada. Toldo se redujo a las ideas que pudiera tener Álvaro Aguado y, una vez con Erik Expósito en el campo, con la pequeña molestia que produjo Andrés Martín entre líneas. Demasiado tarde, demasiado poco.

Llegó el tercero, también a balón parado, tras un saque de falta de Ontiveros. Saltaron todos, el balón se quedó suelto dentro del área blanquiverde y Ricca, tirándose al suelo cruzó el balón, lejos del alcance de Carlos Abad.

La Rosaleda era una fiesta muchos minutos antes. De hecho, se mascó durante todo el segundo tiempo una goleada de las de hacer aún más sangre. Pero la cosa quedó ahí. Quedó ahí para los de Muñiz, porque los de Sandoval tienen por delante una semana en la que algo debe cambiar definitivamente. El trabajo, si existe, no se ve en el campo. El cambio constante de nombres, de esquema y de planteamientos no lleva -está comprobado- a ningún sitio, salvo a una conclusión: este Córdoba se ha convertido en el burro de la piñata. Agradable por fuera, pero objetivo de los palos para sacar los tres caramelitos.