No es casualidad que en todos los órdenes de la vida se busque con ahínco el equilibrio. La medida justa en cada hecho, en cada análisis, en cada forma de afrontar cualquier acto en la vida. Ni dejarse llevar por la víscera, aunque ésta sea el corazón, ni aplicar solamente el dictamen cerebral. Menos, en el fútbol.

El Córdoba ha llegado a los finales de temporada con la soga al cuello en no pocas ocasiones. En ese último tercio de competición, generalmente, ocurrían hechos inexplicables, como aquel gol de Rubén o el manotazo de Acciari en Albacete. Momentos también inefables o directamente injustos que se volvían en contra. Esos desequilibrios también se produjeron a favor, como aquel encuentro en Tenerife el año que terminó en ascenso en el que los chicharreros debían haber ganado ampliamente y se quedaron compuestos y sin puntos.

Ancelotti se tiró una temporada entera hablando de que «debemos ser equilibrados», una advertencia solapada de que su plantilla no lo era. A Menotti se le hablaba de equilibrio y lo entendía, exclusivamente, desde los espacios, su verdadera obsesión. En definitiva, los que saben de esto hablan mucho del equilibrio porque el fútbol, más tarde o más temprano, lo que te da sin merecerlo te lo quita después de manera injusta.

Hace una semana, el Córdoba sumó tres puntos ante el Alcorcón en un partido que no mereció perder, aunque tampoco ganar. En Tarragona, el conjunto blanquiverde no tuvo luces como para llevarse los tres puntos, pero tampoco tantas sombras como para irse de vacío.

Los desequilibrios en este Córdoba no son de hace unos días, precisamente. El propio equipo ya arrancó la temporada con una inestabilidad tal que ayer le tocó jugar 75 minutos con dos mediocentros como centrales, con un mediapunta falseando la posición de lateral derecho y con un portero colocado hace tres semanas buscando la «reacción» del equipo, ya que viajó a Tarragona con un solo central claro (Rodas), sufrió una nueva expulsión -también de un veterano- a los 15 minutos y el arquero anterior, señalado por no pocos como uno de los destacados de la plantilla desde el verano, no parece convencer tanto al entrenador. Obviamente, si un club dedica sólo el 25% de sus ingresos a la plantilla tienen que aparecer los desequilibrios. Si la política deportiva, en cuanto a decisiones y a quienes las ejecutan, no está clara, aumentarán, por lo que los únicos que pueden salvar tanta inestabilidad son, precisamente, los que están sobre el césped.

Porque para colmo, en ese equilibrio que el fútbol en general mantiene, toca que te arbitre Ais Reig, que hace ya unas semanas ha provocado marejadilla en Mallorca (rival por la salvación) y el valenciano hace de las suyas. Bien en la expulsión irresponsable de Pedro Ríos, mal al «regalar» a Emaná media hora, como mínimo, de partido. Al fútbol, hasta por sus peores protagonistas, no se le puede perder el respeto.

En cualquier caso, son menos los errores del valenciano que los que lleva acumulando este Córdoba desde el pasado verano, de cabo a rabo.

En el cuarto de hora anterior a la salida de Pedro Ríos, hubo tiempo para que éste diera el pase de gol a Rodri para adelantarse en el marcador, provocar esa falta que dio el gol a los locales (ay, Razak y Caro) y la obligada salida también, por lesión, de Héctor Rodas. Con más de una hora por delante y con uno menos, al Córdoba se le puso cara de víctima.

Pero nada más lejos de la realidad. Porque el equipo cordobesista se olvidó de zarandajas de tener el balón, de que «da igual ganar 1-0 que 4-3» o de querer jugar al fútbol y al ataque. Y justo de esa necesidad, de estar con uno menos sobre el terreno de juego, mostró el Córdoba una virtud que alguno debería tener en cuenta para el futuro.

El Córdoba, desequilibrado desde el pasado verano por su política de inversión, su política deportiva, su política de comunicación, su política social, su política de relevos en el banquillo, algunas decisiones desde éste e incluso por la pequeña inestabilidad generada por el árbitro de turno, dio una lección de equilibrio. Con lo que tenía y uno menos. Con Luso y Edu Ramos de centrales. Con Caro actuando como central y dejando a Alfaro que punteara la zona del lateral derecho. Con esfuerzo y trabajo de todos, incluido un Rodri que permanecía siempre en campo contrario para intentar sostener el balón y dar alguna mínima esperanza de generar algún susto. Y hasta eso logró el Córdoba, por medio del propio Rodri, de Aguza o por un cabezazo de Luso.

El Nástic, a medida que iba pasando el tiempo, y con dos cambios en el descanso, fue acumulando tantos hombres arriba como tensión en la cabeza y en las piernas, por lo que fue convirtiéndose paulatinamente en un conjunto aturullado, con infinidad de últimos pases fallados, sin llegada, no ya a la meta rival, ni tan siquiera al área. Tuvo otro contratiempo el Córdoba con la lesión de Caballero, pero el conjunto blanquiverde continuó a lo suyo. Bien ordenado, eliminando espacios de tres cuartos hacia atrás. Razak sólo tuvo que intervenir en dos ocasiones -menos mal-: en un remate en fuera de juego de Emaná y en otro que salió mordido al tocar el balón Bíttolo.

Y en el último suspiro, en el último ataque local, llegó el mazazo por medio de Manu Barreiro, a semejanza del gol de Alfaro hace una semana al Alcorcón. La balanza del fútbol sigue equilibrada. La del Córdoba, no.