El escenario parecía propicio para que los tres puntos se quedaran en casa. Un estadio a rebosar que cantó como hacía tiempo que no se escuchaba el gol del debutante Juanjo Narváez, un gran ambiente que se refrendó en el minuto 54, cuando la megafonía advirtió con una cuenta atrás y más de 17.000 gargantas corearon al unísono el himno del Córdoba. El éxtasis colectivo duró lo que tardó el linier en corregir la decisión inicial del árbitro y señalar el penalti que dio paso al empate de Aleñá. 77 minutos de felicidad, en los que a pesar del viento frío que recorría las entrañas del coliseo ribereño, la afición se apiñó como un solo ser y disfrutó, caliente, enardecida.

Pero ayer no tocaba ganar, la tristeza tornó en decepción con el gol de Nahuel Leiva en el descuento, y El Arcángel se congeló. Los más optimistas trataban de animar al compañero de al lado que, apesadumbrado, se resignaba pensando que el año que viene tocará pasar por el infierno de la Segunda División B. Media hora antes, sin embargo, el público estalló en una estruendosa ovación para dar la calurosa bienvenida al fichaje estrella del mercado invernal, un José Antonio Reyes que físicamente no está, de momento, para muchos trotes. Se aplaudieron sus primeros toques al balón e incluso algún valiente se atrevió a lanzar un «olé» que recordó a épocas deportivas mejores.

Todo ese calor fue un espejismo, y a la finalización del partido en el estadio reinaba una tristeza que empañó lo vivido hasta entonces. Porque antes del cambio en la propiedad del club, pocos daban un duro por la salvación, pero con la llegada de Jesús León y los acercamientos a diversos colectivos como peñistas y veteranos, así como el carrusel de fichajes de invierno, la fe volvió al cordobesismo. Una esperanza que no termina de romperse, pero que queda matizada por una realidad innegable, la distancia que dista con la salvación, que se agranda hasta los diez puntos. Con 17 jornadas por disputarse nada es imposible, y la calidad de los refuerzos invita a pensar en la gesta heroica. Necesitan minutos de competición y tiempo para aclimatarse. Pero el reloj corre en contra.