Es casi tan malo que no llueva como que lo haga a destiempo, que suba mucho la temperatura o que lo haga (aunque en menor medida) cuando no toca. Lo saben en el campo extremeño y lo analizan en centros de investigación de la región y en la Universidad de Extremadura (UEx) en busca de respuestas y alternativas. Porque ese caos en el termómetro y el pluviómetro que se va generalizando desde hace años ya condensó en el 2019 todos los signos de alerta, con un invierno más seco de lo habitual, una primavera casi inexistente y un verano que se adentró en octubre. Con todo lo que implica: la agricultura se vio asfixiada por una primavera seca y cálida que agotó el escaso pasto y alteró los ciclos de floración y polinización en algunos frutales. Y para la ganadería no fue mejor, porque la merma en las existencias de charcas y riachuelos obligó a suplementar con comida y bebida en las explotaciones. «Este es uno de los peores años que he vivido», decía Ismael García, un ganadero con más de 20 años de oficio, el pasado septiembre en su finca de Helechosa de los Montes (Badajoz). A esas alturas ya no quedaba agua en las charcas y había tenido que alquilar otro terreno y mover al ganado.

¿Qué le espera al sector agroganadero? «Adaptarse a las nuevas condiciones», explica Henar Prieto, investigadora del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Extremadura (Cicytex), donde llevan 30 años estudiando la adaptación de cultivos a los efectos del cambio climático. Han desarrollado, por ejemplo, estrategias de riego deficitario controlado con el objetivo de determinar cómo se puede reducir la cantidad de agua sin perder producción. Pero la última línea de trabajo, hace dos años, es testar el regadío en cultivos tradicionalmente de secano. «Las dehesas están teniendo más incertidumbres en cuanto a la bellota que van a producir y eso afecta mucho al mercado de porcino. Al otro lado tenemos regadíos en los que cada vez habrá menos agua y tenemos que plantear alternativas que se adapten bien a esas condiciones», detalla. Para ello, desde hace dos años mantienen una plantación experimental con encinas y hay otro proyecto similar con higueras. Y en paralelo están estudiando distintas variedades de olivo para llegar a producir «los olivos del futuro», más resistentes a condiciones climatológicas extremas de agua y temperatura.