El más antiguo y aún mayor pecado del campo es su reticencia a un asociacionismo que, sin embargo, y como ocurre en otros países (el caso de Francia es proverbial), multiplicaría su peso e influencia. Los historiadores ven las raíces de este rechazo a unirse como fruto de la estructura de la propiedad de la tierra en España desde la Edad Media, con minifundios en el norte y latifundios en el sur, muy lejos de como se defendían en las ciudades los artesanos en gremios o los comerciantes creaban instituciones que darían lugar a la burguesía y el Estado moderno. Excepciones históricas de la unión del campo como la Mesta dan cuenta de los éxitos que agricultores y ganaderos han podido lograr en el pasado y conseguir en el presente, o de cara al futuro, sumando voluntades. Asaja, COAG y UPA son tres ejemplos de lo mucho que aporta el asociacionismo, más aún para un sector acosado por problemas, pero aún con reticencias para unirse a colectivos profesionales.