Estas aves se reproducen en el norte de Europa y se ha calculado que hasta un 70% de su población occidental inverna en España en algunos años. La población invernante se estima en unas 260.000-270.000 aves, cifra que varía con las condiciones meteorológicas y los cambios en sus áreas de alimentación. En Andalucía se concentran aproximadamente el 6% de la población.

Hasta los años sesenta hubo un núcleo reproductor en nuestra Comunidad Autónoma y en la actualidad solo se observan durante la invernada principalmente en el norte de la provincia de Córdoba, el entorno de la laguna de la Janda en Cádiz, Doñana y Fuente de Piedra en Málaga. La población invernante oscila entre los 5.000 y los 16.000 ejemplares, aunque en el año 2017 se censaron más de 26.000 ejemplares.

Córdoba, en los Pedroches y el Alto Guadiato es una de las principales zonas pero con grandes oscilaciones atribuibles a su cercanía a la zona centro de Extremadura. Recientemente varios miembros de la Sociedad Cordobesa de Historia Natural ( García, D., Cañas, J y Sánchez Juan M., 2019 han publicado un artículo donde analizan la serie de datos históricos desde 1991 a 2018. La población invernante oscila entre los 2.500 y 10.000 ejemplares. Han demostrado a través de análisis matemáticos que existe un moderado decrecimiento interanual de un 1,47% y ha perdido su importancia pasada, provocado principalmente por disminución de hábitats, molestias y los efectos meteorológicos del cambio climático.

Esta especie es una estratega de larga vida y baja productividad. Se tiene constancia de ejemplares que han superado los veinte años y han llegado hasta los veintisiete, hechos constatados a través del anillamiento. Se ha calculado que solo un 13% de los pollos nacidos llegan a los cuarteles de invernada en España, por lo que las pérdidas poblacionales son muy lentas en recuperarse. La estrategia para su conservación no debe permitir que sigan perdiéndose efectivos.

Muchos accidentes que provocan mortalidad en aves son los cercados ganaderos con alambres de espino con gran incidencia sobre las rapaces nocturnas y en hábitats abiertos sobre aves esteparias, siendo las grullas una especie afectada.

Las tendencias de los últimos años son negativas debido a la intensificación agrícola, con introducción de especies leñosas, mecanización, riego y, sobre todo, el creciente uso de agroquímicos, fundamentalmente herbicidas. Se ha citado que se han perdido 1,1 millones de hectáreas de barbecho y otros hábitats seminaturales desde 2002. Otras estimaciones hablan de un descenso del laboreo tradicional y del barbecho sin laboreo del 24.7% y el 35.6% respectivamente entre 2006 y 2016, y un aumento en la comercialización de herbicidas del 16.2% entre 2011 y 2017 y del 21.2% en fungicidas y bactericidas en el mismo periodo.

Prácticas agrarias que puedan parecer adecuadas para conservar el suelo como la siembra directa, han aumentado considerablemente en los últimos años (129.5% entre 2008 y 2016). Estas prácticas exigen un uso intenso de herbicidas, lo que tiene efectos drásticos sobre la base de los sistemas tróficos, y en consecuencia, sobre el resto del ecosistema agrícola. A todo esto se suma el uso de semillas blindadas, que provoca incrementos en las tasas de mortalidad, además de afectar a la tasa de eclosión o supervivencia de pollos, en definitiva la productividad.

Se ha señalado a la Política Agraria Común (PAC) como la responsable de gran parte de estas prácticas nocivas para la conservación de la biodiversidad agraria. La nueva PAC, debería ser también la responsable de solucionarlos, invirtiendo la tendencia.

En el horizonte se vislumbra otro problema añadido, la promoción de las energías renovables. Las administraciones debieran tener en cuenta la distribución de la biodiversidad para autorizar los distintos proyectos. Existe suficiente información y conocimiento como para orientar a las promotoras a los lugares de menor riqueza biológica en lugar de dejar libremente al mercado que lo regule. Si no es así las tensiones están aseguradas.

*Biólogo