La vida es una feria, un carrusel de emociones y a veces una montaña rusa. Por eso de repente, sin querer montarte en ninguno, sin haber pedido siquiera ir a la feria, un día te levantas y te encuentras en una bajada de vértigo que te retuerce el estómago, en la subida previa a caer de repente, o dando vueltas con cara de idiota mientras subes y bajas despacito mirando a la nada.

No se la razón, pero hace unos días sentí un vacío tremendo -como si me dijeran que «los patitos» ya nunca volverían- cuando escuché que Ruth Bader Ginsburg había muerto.

Me enseñó Ulpiano que la justicia era la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su propio derecho y eso es lo que está mujer de 87 años, menuda, fuerte como un junco, jueza y jurista, ha hecho hasta su muerte en activo en la Corte Suprema de los EEUU. Como seguro que también diría Ulpiano, está mujer representa el derecho en sí mismo, si este consiste en vivir honestamente, no dañar a los demás y dar a cada uno lo suyo.

Ruth vivió honestamente, atreviéndose incluso a ser referente e icono del pop, con sus guantes de seda o encaje y sus jabots sobre la túnica negra, noctámbula, amante del derecho y amiga hasta de su opuesto ideológico, fiel y enamorara de su marido, del que dijo amarlo por ser el único hombre a quien «no le importaba que yo tuviera cerebro».

Hizo el bien a muchas personas en la defensa de casos legales que han cambiado la historia del mundo. Cofundó en 1972 el Proyecto de Derechos de la Mujer en la Unión de Libertades, cuando las mujeres aún no contábamos ni para las encuestas y sirvió de espejo y faro para «contaminar» al resto del mundo en la lucha por la igualdad de género. Argumentó como abogada casos de discriminación de género que llevó y ganó en el Tribunal Supremo. Y cuando tuvo la oportunidad de estar en el otro lado de la justicia, en el de los que tienen la pluma para obligar a cumplir sus decisiones, la aprovechó y de qué manera. Anuló la política de admisión de solo hombres en el Instituto Militar de Virginia, alegando que ninguna ley o política debería negar a las mujeres «la plena ciudadanía, la misma oportunidad de aspirar, lograr, participar y contribuir a la sociedad en función de sus talentos y capacidades individuales». Ahora lo vemos con normalidad, pero hizo falta que entonces ella lo dictara.

«Notorius RBG», me uno al ejército de abogados que te han acompañado por los escalones de piedra del gran salón que presidiste, para recordar aquella frase tuya: «Lucha por las cosas que te importan, pero hazlo de una forma que lleve a que otros se te unan».

* Abogada