En una escena de 'Tiger', un comentarista deportivo asegura acerca del golfista más famoso del mundo: A menudo nos preguntamos qué le pasa por la cabeza. ¿Qué no daríamos para conocer sus pensamientos?. Y esas dos frases podrían funcionar a modo de resumen de la miniserie en su conjunto, cuyo segundo y último episodio llega a HBO este próximo domingo. El que sus 190 minutos de metraje ofrecen es un retrato borroso, y no solo por el rechazo del propio Woods a participar en ella; los bustos parlantes a quienes los directores Matthew Hamachek y Matthew Heineman recurren para vehicular la narración, personas que han conocido al astro o trabajado con él o informado sobre él, se muestran incapaces de arrojar verdadera luz sobre el hombre oculto tras el icono. Y quizá sea eso mismo lo que, al menos en parte, le da al documental su razón de ser.

En líneas generales, es cierto, 'Tiger' repasa con solvencia los aspectos más relevantes de la vida de Woods: el racismo que experimentó de niño en los clubs de golf; sus impresionantes victorias y su extrema ambición; su problemática relación con su negritud; la fama, las infidelidades compulsivas, el dolor físico, la adicción a los opioides y el regreso a la cima que nadie logró anticipar. Y en el proceso va tejiendo una historia de simplicidad desarmante, la del atleta estelar abrumado por los requisitos del deporte profesional y por una celebridad que experimentó desde demasiado temprano y contra su voluntad -el primer episodio muestra a Tiger golpeando pelotas de golf en televisión cuando tenía 2 años-, y sugiriendo que sus errores han sido consecuencia de esa presión.

En concreto, el documental presta especial atención a la traumática influencia ejercida por Earl Woods, un veterano de guerra que desde el principio impuso en su hijo una disciplina militar con el fin de llevarlo a la perfección, y sobre cuyos hombros cargó unas expectativas casi mesiánicas; como se le oye asegurar en una escena, confiaba en que aquel joven iba a traer al mundo un humanitarismo nunca antes conocido. Entretanto, recuerdan Hamachek y Heineman, Tiger se refugiaba en hobbies como el submarinismo -que ofrecía la posibilidad del aislamiento absoluto- e intentaba zafarse de su condición de símbolo para la comunidad negra. Solo quería ser un golfista.

El 'affaire'

La segunda parte de 'Tiger' repasa episodios que los no aficionados al deporte conocerán mejor: en primer lugar, el affaire de Woods con una relaciones públicas llamada Rachel Uchitel -que en el documental habla por primera vez desde que estalló el escándalo en 2009-, el accidente de coche sufrido frente a su casa en Florida después de que su esposa se enterara de la aventura y lo atacara con un palo de golf, y la posterior aparición de decenas de amantes más, entre ellas estrellas del porno y escorts. En segundo lugar, la adicción a los calmantes y los antidepresivos que desarrolló tras someterse a sucesivas cirugías, y que culminó una noche de 2017 cuando fue arrestado por conducir bajo los efectos de cinco drogas distintas,

El documental culmina con la increíble victoria de 'Tiger' en el Masters de Augusta de 2019, que le proporcionó algo parecido a una redención, pero en todo caso deja un sabor amargo. Woods, se nos dice, no ha llegado a reconciliarse con aquellas personas que alejó injustamente de su órbita, precisamente aquellas que fueron capaces de ver lo que el golfista ocultaba bajo su fachada: la evidencia de que, desde pequeño, aquel muchacho superdotado nunca tuvo ocasión de desarrollar una verdadera identidad, porque pasó su vida tratando de parecerse a un ser mítico llamado Tiger Woods.