Las bases para poner en marcha un campeonato mundial a nivel de selecciones quedaron establecidas en 1927, en Zúrich, y ratificadas en 1928, en Ámsterdam. Dos años después, en el XXV Congreso que la FIFA celebró en Barcelona en mayo de 1929, coincidiendo con la Exposición Internacional, la idea tomó forma.

Se designó a Uruguay como país organizador porque, como explica Vicente Martínez Calatrava en su obra “Historia y estadística del fútbol español”, la candidatura charrúa “tenía ciertos derechos para alegar ser anfitriones: habían ganado las medallas olímpicas en 1924 y 1928 y se aprestaban a celebrar el primer centenario de su independencia en 1930”. Además, Uruguay prometió “hacerse cargo de todos los gastos de los equipos participantes y construir un estadio capaz para 100.000 espectadores”.

El primer Mundial, de todas formas, no tuvo la acogida esperada. Muchas selecciones, especialmente europeas, y de las más potentes como Austria, Hungría o Checoslovaquia, anunciaron que no acudirían a la cita alegando problemas económicos, de calendario con los campeonatos domésticos y, también, desconfianza en los alojamientos. Especialmente duras fueron las ausencias de España e Italia por sus respectivas y numerosas colonias de emigrantes.

Solo cuatro representantes europeos

Uruguay, por su condición de doble campeona olímpica, partió como la selección favorita junto a Argentina, precisamente las finalistas en los Juegos de Ámsterdam 1928. Europa solo estuvo representada por cuatro equipos: Francia, Yugoslavia, Rumanía y Bélgica. El torneo constó de cuatro liguillas, clasificándose los líderes para las semifinales y los vencedores de la penúltima ronda para la gran final.

Argentina, Yugoslavia, Uruguay y Estados Unidos se impusieron en sus grupos ganando los dos partidos. En las semifinales Uruguay y Argentina golearon (6-1) a Yugoslavia y Estados Unidos respectivamente. La final esperada era una realidad. El 30 de junio de 1930 las dos selecciones sudamericanas saltaron al campo ante unos 60.000 espectadores. Pese al frío reinante, la temperatura en las gradas, con unos 20.000 argentinos, era elevada.

El problema del balón

El primer conflicto surgió con la elección del balón. Cada selección quiso jugar con el suyo. El árbitro, el belga Langenus, tiró de diplomacia y convino que el primer tiempo se jugaría con un balón (el argentino, tras un sorteo) y el segundo, con otro (el uruguayo). Con mucha tensión, empezó el partido, que dominaron los argentinos. Se llegó al descanso con 1-2 a su favor.

Vista aérea del estadio Centenario de Montevideo, donde se disputó la primera final del Mundial en 1930. FIFA

En la segunda mitad, sin embargo, Uruguay empató y sentenció en la recta final con dos goles, obra de Iriarte y Castro. Cuando el árbitro pitó el final hubo invasión de campo y los jugadores uruguayos fueron paseados a hombros. Al día siguiente se declaró fiesta nacional y “el gobierno uruguayo ofreció a cada jugador un apartamento en la costa”, detalla Martínez Calatrava. Argentina, por su parte, se quejó de la violencia charrúa y de la permisividad arbitral.

El primer trofeo, obra del orfebre francés Albert Lefleur, era una estatuilla de oro macizo con forma alada de 30 centímetros de alto y un peso de cuatro kilos, incluyendo la peana de mármol de Carrara. Una pieza valorada en 50 millones de francos franceses y que, por vez primera, levantó el capitán de Uruguay, José Nasazzi.