En medio del aplauso, el rechazo y la sensación de que, a estas alturas es inimputable, Diego Armado Maradona juega su propio torneo mundial, el del histrionismo. Diego no puede quedarse al margen de las pantallas, ni siquiera cuando juega el seleccionado argentino, y por eso las cámaras lo siguen como si se tratara de una comedia del narcisismo paralela.

Maradona ha sido un maximalista dentro de la cancha y sus intervenciones superaron el límite de lo entonces posible. Esa lógica lo ha perseguido en el retiro y se ha exacerbado en la era de las redes sociales. En la tarde de San Petersburgo, en la que Argentina pasó agónicamente a octavos, el “Diego de la gente”, como le gusta llamarse a sí mismo, llevó su papel de histrión más allá de lo conocido.

Llegó a dormirse durante el partido

Primero, antes de que comience a rodar el balón, se puso a bailar cumbia con una nigeriana. Después hizo su propio juego de máscaras, gritó, saltó, gesticuló, sedujo, bromeó, insultó y pidió al estadio, poblado de argentinos, que fueran igual de intensos. Maradona siempre es exageración en sus modos y ademanes (salvo cuando comenta los partidos para la cadena venezolana Telesur).

Si hasta se lo vio dormir una siesta de los justos y ser revisado por un médico. “Quiero contarles que estoy bien, que no estoy ni estuve internado. En el entretiempo del partido con Nigeria, me dolía mucho la nuca y sufrí una descompensación. Me revisó un médico y me recomendó que me fuera a casa antes del segundo tiempo, pero yo quise quedarme porque nos estábamos jugando todo. ¿Cómo me iba a ir? Les mando un beso a todos, perdón por el susto y gracias por el aguante, ¡hay Diego para rato!”

No faltan los argentinos que le reprochan a Leo Messi no “ser” como Diego, especialmente en esos aspectos en los que se muestra sin correcciones: la verborragia, la chispa humorística, la extroversión, pero, además, su tendencia a amar y luego odiar. Que sea otro artista de las contradicciones personales: el guevarista que vive en Dubai, el amigo de Nicolás Maduro y Fidel Castro, pero que también lo ha sido de Carlos Menem, el “ciudadano” que apoya una ley del aborto libre y gratuito en Argentina, donde lo denuncian de actos de violencia de género.

Pedirle a estas alturas a Messi que sea como el futuro Dinamo Brest de Bielorusia, es lo mismo que exigirle a ese Maradona que, amortizado por su leyenda futbolística, puede encender un habano en el estadio pese a las prohibiciones y confirma que lo suyo será siempre la ausencia de mesura, la mordacidad y el hambre insaciable de permanecer en un primer plano. Como sabio o saltimbanqui.