Conocí a Carlos Sainz hijo hace unos años, en el Karting de Cartaya, donde disputaba una carrera del Campeonato de España. Después he seguido como cualquier aficionado al automovilismo su carrera deportiva, paso a paso hasta llegar a la Fórmula 1 en 2015. Además, siempre con la carga de ser «el hijo de», buena para algunas cosas pero no tan buena para otras.

Después de dos años en Toro Rosso, pasó a Renault otros dos y en 2019 lo fichó McLaren, donde consiguió su primer podio y al año siguiente acabó sexto del certamen de pilotos. Y para este año fichó con Ferrari, el sueño de cualquier piloto, con Charles Leclerc de compañero de equipo.

Tras unas buenas actuaciones en los primeros Grandes Premios, el pasado fin de semana llegó a Mónaco, la Meca de laF1. Usando términos taurinos, podríamos decir que Carlos Sainz se doctoró en el Gran Premio monegasco. Hizo unos magníficos entrenamientos, y en los calificatorios acabó cuarto, perjudicado en la última vuelta por el golpe de su compañero Leclerc. Después este no pudo salir por estar su Ferrari averiado. Así que salió tercero por detrás de Bottas y Verstappen, hasta que el finlandés tuvo que abandonar al no poder cambiar una rueda de su Mercedes en boxes. Finalizó la prueba en segunda posición por detrás de Verstappen y por delante de Norris. Se podría decir que tuvo suerte, pero supo estar ahí, y no cometer ningún error.