Sólo hay que darse un paseo por la avenida de Europa para sentir la nostalgia de lo que pudo ser y no lo consiguió. De un hospital con aspecto de palacete y un nombre ilustre que pasó a menos y que ahora vive en la ruina a la espera de que a la menor excusa rinda sus últimas y se desplome sobre su propia planta sin que nadie se dé cuenta.

Me refiero al Parador. Dentro de unos años, cuando los niños sean hombres y los hombres sean solo un recuerdo, nadie sabrá de él.

Evidentemente, el Parador de Montilla no vive sus mejores momentos. Lo que fue una parada y fonda durante muchos años y más tarde se convirtió en casa solariega con bodega, hoy es una completa ruina.

El edificio de traza noble, aunque austera, se mantiene milagrosamente en pie en un paisaje dominado por el asfalto y las primeras infraestructuras de una urbanización que, hasta ahora, se encuentra atascada como otros muchos proyectos por efectos de la crisis.

Sus viejas piedras se niegan a ser demolidas y se mantienen milagrosamente en pie como si los muros y las anejas dependencias se agarraran a la vida, unas contra otras, desafiando las leyes del equilibrio con la mayor impunidad. Una vieja enredadera oculta el edificio como si éste quisiera así preservarse de la vista de los pasajeros que discurren por esta travesía, camino de la autovía que hoy cruza y vertebra todo el territorio de la zona sur de la provincia cordobesa. Evidentemente, ha habido tiempos mejores para el Parador.

Allí estuvo una histórica bodega montillana donde se conservaron magníficas soleras.

Más tarde, fue casa solariega de una familia vinculada al negocio del vino y, cuando se intuía su desaparición, inopinadamente, se convirtió en un concurrido centro de ocio para los jóvenes de la comarca.

La tranquilidad del entorno y las singularidades del edificio se llenaron de focos y de toda clase de música hasta convertirse en un referente para miles de jóvenes que recuerdan con nostalgia las emociones vividas y momentos trascendentes en sus vidas. Desafortunadamente, tuvo que ser clausurado y, hasta el momento, espera su porvenir.

El Parador es un recuerdo vivo de otras épocas. Si nadie lo remedia dejará de resistirse al paso del tiempo y se desplomará, irremediablemente, en el mismo paisaje helado rodeado de asfalto.

El Parador de Montilla no se merece un trato así, digo yo.