El caso de Mari no encuadra en el perfil mayoritario de víctima de violencia machista, pero demuestra las mil y una caras tras las que se esconden los maltratadores. Usuaria del dispositivo de protección móvil Atenpro en Cruz Roja, su historia empieza en una ciudad andaluza donde tenía un negocio de venta de ropa. Allí conoció a un importante hombre de negocios que le ofreció mejorar sus opciones de trabajo introduciéndola entre un público con más poder adquisitivo. «Yo creo que se encaprichó conmigo e intentó por todos los medios deslumbrarme, con su jet privado, su cochazo, su chófer, hasta que acepté viajar con él a mi pueblo natal, donde él residía; una vez allí, me compró ropa y me tuvo veinte días viajando en velero», relata, «después, me pasé 18 días vagando por la casa o dormida, sospecho que por algún tipo de droga que me echaba porque yo deambulaba como un zombie».

Según su testimonio, una vez atrapada en esa red de lujo, él creyó que Mari sucumbiría a todo lo que le pidiera, así que reunió a la familia de ella y organizó un encuentro para pedirle matrimonio. «Cuando me lo pidió, me eché a reír, acababa de conocerlo y no tenía intención de casarme con nadie». Él no se lo tomó nada bien. «Se puso como loco, trastornado, entonces me di cuenta dónde me había metido y quise salir de allí». Esa misma noche, él le pegó una paliza. «Empezó a insultarme porque no quería casarme y me tiró el teléfono, yo intenté zafarme de él y me pegó tres puñetazos hasta que acabé sangrando por el ojo y el oído, con los nudillos marcados». Su amiga, que había dormido en la casa de aquel hombre, acudió alertada por los gritos y la encontró malherida, así que la sacó de allí y la escondió en su casa. «Yo no quería ir al hospital, tenía mucho miedo», pero 24 horas más tarde su amiga la llevó a un centro de salud y el médico que la vio tramitó la denuncia al ver el estado en el que estaba. El juez impuso una orden de alejamiento al agresor, a la espera de juicio, que él quebrantó cinco veces. «Pasé cinco meses temiendo por mi vida cada minuto, él tiene mucho poder», indica Mari, que finalmente pidió sitio en una casa de acogida lejos de ese hombre. «Tuve que huir y allí empecé a recuperarme», recuerda, «él fue condenado después a tres años, pero no entró en la cárcel por un pacto al que llegó por no tener antecedentes en España».

En menos de un mes tendrá que devolver el dispositivo móvil Atenpro, diseñado para proteger a las víctimas. Sin embargo, Mari, que asegura que en Andalucía se siente «más segura que en ningún otro sitio», cree que ese día «recuperaré mi libertad». Está convencida de que, pese a todo, «él está más protegido que yo porque tiene mucho dinero y con eso su protección está garantizada». Tres años después, ha conseguido reconstruir su vida con otra persona, pero se ha vuelto «una ermitaña», explica, «esa historia me ha quitado de algún modo la dignidad, estoy señalada, no puedo ni solicitar un empleo porque si dices que eres víctima de violencia de género no te quieren, las empresas no quieren problemas, pero él campa a sus anchas».