Sandra Cantarero tiene 28 años y hace tres que trabaja con un contrato indefinido. «Soy delineante, estudié el ciclo superior de Desarrollo y Aplicación de Proyectos de Construcción», cuenta, «lo elegí porque me gustaba mucho la arquitectura, pero no me podía ir a Sevilla». La opción b que eligió y que cursó en los institutos Maimónides y Séneca no le ha ido nada mal. «Acabé en el 2010 con el mejor expediente del año», relata, «desde entonces he hecho prácticas remuneradas en una empresa de ingenería de telecomunicaciones». Allí estuvo trabajando durante dos años «hasta que no pudieron darme más porque lo siguiente era un contrato formal, pero no querían indefinidos, así que estuve un año más sin contrato y luego me echaron». Estirar las prácticas es algo muy habitual en el mundo empresarial en todos los sectores. Después de eso, consiguió trabajo en el Decatlón y estuvo trabajando durante unos meses mientras seguía echando curriculums. «El mercado laboral está muy mal, pero me llamaron de una empresa para trabajar como delineante y me hicieron un contrato de fin de obra y al año y poco me hicieron indefinida», cuenta Sandra, que solicitó el cambio de contrato para pedir una hipoteca con su novio, guardia civil. «Estoy contenta, aunque en este sector los sueldos no sean para tirar cohetes, pero tener un contrato indefinido es una rareza hoy en día, una lotería, no me puedo quejar», explica, «muchos de los compañeros con los que estudié no están trabajando aún».