Ana González coge el teléfono desde la cama. Ha tenido un día duro, después de rehabilitación, uno de tantos. De pequeña sufrió polio y lleva años con problemas de caídas que la llevaron finalmente a una silla de ruedas. «Tengo problemas de columna, brazos, dolores muy fuertes por los que tengo que tomar morfina y problemas de control de esfínteres, pérdida de movilidad, insomnio», explica con un hilito de voz. Pese al cuadro clínico que presenta, todavía no tiene un diagnóstico y, según explica, por ese motivo, solo tiene reconocida dependencia moderada. «Una cosa es la dependencia y otra la discapacidad», recalca, y «si no estás diagnosticada, viene el trabajador social y te dice que es grado 1, que ánimo».

Sin embargo, asegura, «yo no puedo hacer nada, dependo por completo de mi marido, que no puede trabajar para atenderme, pero solo me conceden dos horas semanales de ayuda a domicilio, una hora dos días a la semana para aseo personal...», dice indignada, «y digo yo que si dos días a la semana necesito ayuda para lavarme ¿el resto de los días qué se supone que tengo que hacer?». Ha solicitado varias veces la revisión de su caso. «La última resolución es de enero de este año y sigo con esas dos horas». Madre de dos hijos, con 51 años, Ana está convencida de que sufre síndrome de postpolio. «Son los síntomas, pero no dan diagnóstico y tampoco me derivan al centro de referencia que está en Barcelona para que me vean», lamenta, al tiempo que explica que está jubilada «por enfermedad común» y que empezó con su lucha con algo más de treinta años.