«Mi hija era una niña feliz, con un gran corazón y creatividad», comienza diciendo Ana Esther Galán en una carta dirigida a los medios hace unas semanas. Este es el preludio a una historia de reivindicación contra el sistema, un sistema que, según esta madre, no favorece a los niños con altas capacidades, porque, antes de continuar, conviene saber que, cuando su hija tenía cuatro años, «empezó a sentirse mal e indicar que no quería ir al colegio por distintas razones: le aburría y la agrupaban siempre con los niños que requerían refuerzo para que los ayudara», cuenta Ana. Además, «le indicaban que todo lo hacía mal». El hermano, su hijo mayor, es superdotado, explica su madre, y, por ello, solicitaron una valoración psicopedagógica de la menor. Tras soportar el peso del tiempo sin respuesta y las reuniones sin frutos, le entregaron un informe en el que, según Ana, equiparan a su hija con una niña con discapacidad, a pesar de que en los años previos de escolarización no había constado. «Si fuese cierto, tendrían que explicar cómo ha estado escolarizada en aula ordinaria y ha presentado un nivel que exponen como medio», afirma.

Según esta madre, a su hijo mayor tampoco quisieron valorarlo. Tras obtener su identificación de superdotado, hace cuatro cursos escolares, sigue sin cambiar nada, asegura Ana. Ella le intenta ofrecer una educación aparte, pero el niño cuenta los días para acabar el colegio, explica. En el conservatorio, sin embargo, la cosa es diferente. «La forma de trabajo es totalmente distinta. Es muy feliz allí, por la forma que tienen de enseñarle», cuenta. «El problema de las altas capacidades es que se esconden». A raíz de eso, Ana comenzó de forma voluntaria una campaña de visibilización de lo que supone la alta capacidad, sus características y sus necesidades.

El inicio del curso se acerca y, ahora mismo, esta madre dice que la situación está, incluso, peor, porque ayer la Alta Inspección les aseguró que no consta ningún registro. Por ello, dice que los ha vuelto a escanear y a mandar.