«Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, hombres de luz que a los hombres alma de hombres les dimos». Lo cantó con su toque flamenco Niña Pastori para deleite de los presentes como cierre a una gala en la que esas palabras quizás tuvieran más sentido que nunca. Y no tanto por los discursos de los políticos, que suelen repetirse más de lo deseable, sino por los mensajes de los galardonados, que ayudaron una vez más a Andalucía a sacudirse los complejos al reconocerse en el talento de sus grandes hombres y mujeres.

Pese a que este año fue Granada la que acumuló más títulos, Córdoba estuvo bien representada con el nombre de Iluminaciones Ximénez (difícil de pronunciar para Díaz), un ejemplo de internacionalización donde los haya que respaldaron las instituciones locales, empezando por el Ayuntamiento de Puente Genil, la Diputación Provincial y la Junta de Andalucía. La nota de color socialista la pusieron la delegada del Gobierno de Córdoba, Esther Ruiz, la consejera de Salud, Marina Álvarez, y la diputada del Congreso María Jesús Serrano, que acudieron todas vestidas de rojo intenso, a diferencia de Susana Díaz y Rosa Aguilar, ambas de negro. Los Ximénez (padre e hijo) aportaron el verde con sus corbatas y la Niña Pastori y Rafael Amargo el blanco.

No estuvo de más que en esta ocasión hablaran los dos hijos predilectos, que representan mundos diferentes, pero complementarios, como dijo con acierto uno de ellos, José Luis Gómez. Cultura e investigación, esos pilares sobre los que edificar la Andalucía moderna que los andaluces llevan demasiado tiempo soñando. En cuanto al tema de los complejos, el acento andaluz fue un tema que dio mucho que hablar desde el inicio, cuando los presentadores de la gala, tras rememorar a Carlos Cano y su afán internacionalista («a veces Andalucía incluso se nos queda pequeña») reinvindicaron «nuestro acento», ese que es uno y mil diferentes según la provincia en la que uno esté. La misma Susana Díaz hizo un guiño al respecto cuando se refirió a un periodista gaditano que ahora ejerce en Madrid cuando dijo que «quien no entienda a los andaluces, que aprenda a oír más rápido», a lo que añadió «a lo mejor les convenga pensar también más ligerito, que eso nunca viene mal en un mundo que cambia a toda velocidad». Un guiño que sirvió también al actor Paco Tous, conocido por no renunciar a su acento cuando actúa, para aclarar a quien lo quiera oír que «hablar andaluz no es hablar mal» y que no hay que tener reparo en mantener el acento.

Pero la gala dio para mucho más. El mismo José Luis Gómez, el actor y productor «huelvaníno», como él mismo se definió, hijo predilecto de Andalucía 2018 que exclamó aquello de «nunca esperé que me cayera esta breva» y que horas antes había confesado no sentirse profeta en su tierra, hilvanó un bello discurso trufado de alusiones a Miguel de Unamuno y a Emilio Lledó, animando a los andaluces a «hacer» sin renunciar a eso que hacen tan bien, «vivir».

Tras el alegato a favor de la cultura de Gómez, el doctor Guillermo Antiñolo, un granadino valedor también del título de hijo predilecto por su incansable labor investigadora en el ámbito de la genética y la medicina fetal, hizo lo propio con el sistema público sanitario de Andalucía. Lejos de amilanarse ante los miles de ojos que le observaban, animado en más de dos y de tres ocasiones por el aplauso sincero del público, el científico mostró su rabia por ese clasismo o tópico que hace que fuera de nuestras fronteras nada de lo que hace un andaluz tenga valor. «No importa lo que hagas porque eres del Sur», dijo, quejándose de esa inercia tan difícil de cambiar y antes de afirmar con rotunidad: «Les aseguro que nadie es mejor que nosotros» y que le pese a quien le pese, «los andaluces hacemos muchas cosas bien». Y para muestra, un botón. Entre los galardonados de ayer había hombres y mujeres, jóvenes y mayores, miembros de los más diversos sectores, todos ellos andaluces y brillantes cada uno en lo suyo. Esa fue su principal reivindicación, la necesidad de los andaluces de sacudirse los complejos simplemente mirando los ejemplos de alrededor. Y es que, como dijo Antiñolo, «orgulloso de pertenecer al sistema público sanitario», no solo se aprende de los grandes maestros sino de la gente corriente como los miles de pacientes que han pasado por sus manos y que le han enseñado «a perseguir lo imposible». Y para terminar, con la misma energía con la que empezó, recalcó: «Hace tiempo que no somos quienes fuimos, sino quienes somos y queremos ser, no quiero ser importante, quiero cambiar el mundo, romper techos de cristal y trabajar para que esta tierra deje de ser la reina de corazones». Amén.