Córdoba está muy presente en la palabra y los textos de Pablo García Baena, que se desenvuelven entre el elogio añorante de glorias pasadas y la crítica a las destrucciones provocadas por la desidia y el desamor. Llora a la ciudad en el poema «Córdoba», dolorido y magistral, que le dedica en su libro Antes que el tiempo acabe (1978). Y late en poemas como «La calle de Armas» o «La Huerta de la Cruz», por poner dos ejemplos. Sin duda, su mejor prosa sobre la ciudad que tanto amó está reunida en el libro Córdoba, sin más -no podía llevar título más preciso-, cuidadosamente preparado por Almuzara en 2009, con preciosos dibujos de su hermano Antonio, tan tempranamente fallecido.

Pero la añoranza de la Córdoba idealizada de su niñez, en parte desaparecida, está también presente en discursos y entrevistas, de los que se extrae esta selección.

«A mí me gustaría vivir en la Córdoba de mi infancia, en la Córdoba que yo quisiera reconstruir, como se hizo con Varsovia después de los bombardeos». (De una entrevista de Antonio Rodríguez. Diario CÓRDOBA, 02.03.1986).

«Vimos arrasar palacios: Casas Consistoriales, Valdeflores, Boil, Guadalcázar; venir abajo los sagrados muros de conventos y ermitas: Santa María de Gracias, la Aurora, San Juan de Letrán, el Buen Suceso. Cambió la fisonomía de calles y plazas, talaron cipreses y palmeras. Y la riada de las excavadoras arrasó también la casa humilde con la cal y el patio pequeño como una maceta de albahaca». (Del discurso leído al recibir el premio de la asociación Córdoba 2000, en 1987).

«Lo mío con Córdoba es un largo noviazgo que no acaba nunca, y como todos los noviazgos, unas veces es apasionado y otras más tibio».

«Las cosas eran más bellas, las plazas más silenciosas. Hoy están llenas de coches y convertidas en garajes. En fin, es un largo calvario que para qué recordar. Pero de cuando en cuando tú te adentras por una de esas callejas donde todavía no se ha tocado nada. No la Judería, que está totalmente perdida, convertida en un pastiche espantoso, lleno de bazares. Nunca se debió consentir que sacaran las cosas a la calle, y cualquiera los mete ya de nuevo en sus casas. Pero te adentras por una de esas calles de San Pedro y te encuentras con la Córdoba que tú viste y que quieres. Y vuelves a amarla».

«Crecí en ese culto a Córdoba. Y la Córdoba de entonces era esa que podemos imaginar idealizada, quizá, la Córdoba de los fondos de Romero de Torres, esos fondos que él como en un puzle mueve. Era por supuesto una Córdoba sin coches, que parece que entre los arquitectos y los coches han terminado con las ciudades. Era el paraíso».

«Córdoba era y es una ciudad muy asfixiante. (...) Pasé una grave crisis en Córdoba, y vi la necesidad de huir de todo aquello, en una ciudad cerrada y terrible cuando quiere serlo. (...) No fue un rompimiento total, pero sí una liberación. (...) [Pero] «con la edad parece que uno vuelve al sitio donde la dicha fue un día suya». (De la entrevista de Rosa Luque «Entre el cielo y la tierra». Diario CÓRDOBA, 15.07.1990).

«Para una ciudad tan vieja como la nuestra, maestra del tiempo, el pasado y el futuro son caras de la misma moneda. Lo importante es que esas cosas coincidan y no sea la una caricatura de la otra, ni crezca lo nuevo en el arrasamiento del perfil genuino que nos individualiza. Córdoba es ante todo un modo de vivir y de entender». (Del discurso pronunciado al recibir el premio Cordobés del Año, apartado Cultura. Diario CÓRDOBA, 24.02.1991).

«En ese diseño de la ciudad que soñamos y que desgraciadamente no es la ciudad en que vivimos, el núcleo, el germen, la semilla, el verbo y la luz sería el patio, y alrededor de él, la familia, la amistad, el amor. (...) El alma de Córdoba está en sus patios. (...) Hondos patios de Córdoba para la meditación, la serenidad, el olvido. Todo lo que no es el Concurso». (Del Pregón de las Fiestas de Mayo leído en el Alcázar de los Reyes Cristianos, 08.05.1994).

«Desapareció la Córdoba del silencio, ‘parca y severa’ que dijo Rafael Laffón, para convertirse en la ciudad más ruidosa de Andalucía, según las estadísticas (...). Este barullo actual sería impensable en mis días, cuando el tiempo sonaba con el ritmo del corazón y donde una calle se llamaba del Silencio».

«Han derribado Santa María de Gracia; y me acordaba de la espadaña con las cigüeñas y la esquila doblando en el lunes de Ánimas. Han tirado la casa de los Boil; y me veía acercándome, con Dámaso Alonso, por el largo zaguán enlosado hasta llegar a la reja por donde escapa, paloma de olor en la noche, el escalofrío de los jazmines. Y otro día era San Juan de Letrán o la posada del Sol o el Buen Suceso o la torre de Jesús Nazareno o el antiguo Correos o la Encarnación Agustina o la mansión de los Guadalcázar. Era un funeral interminable: miradores, cipreses, patios populares. La desdichada ciudad desmoronándose en escombros».

[A Córdoba] «le pesa la púrpura de su propia historia e intenta olvidar su drama pintarrajeándose como una vieja ebria con faralaes prestados, con palios balanceantes de ‘campanilleros’ que profanan su interior Viernes Santo perpetuo, con carretas y tambo-riles, con charangas y comparsas que traen la sal gorda del Atlántico más que el fino junco del Guadalquivir. Es penoso encontrarla en esos días». (De la entrevista de Francisco Solano Márquez «Las lágrimas de un Hijo Predilecto». Revista Calleja de las Flores, 1997).

«Encontré una procesión [del Corpus] interrupta, megafonía de verbena y sermón de plaza de pueblo. Qué lejano de aquel Oh salutaris hostia. Allí resplandecía la espiga de Arfe, guardando el limpio corazón del Sacramento». (Del discurso en la Real Academia de Córdoba, con motivo del homenaje que se le dedica en la clausura del curso 1998-99. Diario CÓRDOBA, 19.06.1999).

«Sobre los arcos califales se levantaron las nervaduras góticas, las cornisas del Renacimiento, la gloria de nubes del barroco; pero bajo la tracería de lo árabe están cegados los baptisterios visigodos, los atrios romanos, el pedernal rudo de lo ibérico, firme como raíz bajo la tierra augusta. (...) De todas esas savias se nutre como una rara flor hermosa Córdoba». (Extraído del discurso pronunciado al recibir el premio Averroes de Oro, 2004).

«Yo siento en Córdoba una especie de serenidad. La tranquilidad que da estar rodeado de familia. Los poetas y la gente son muy amables conmigo. Málaga era para el desenfreno de juventud y Córdoba es para morir, como decía Lorca».

«Roma es lo universal y Córdoba ha olvidado eso para encerrarse entre el arquetipo del surtidor y del cordobés sentado entre el geranio y el gazpacho».

«En el Molino de Martos nos bañábamos los poetas de Cántico. Había una bóveda de piedra donde nos cambiábamos y dejábamos la ropa». (De la entrevista de Antonio Rodríguez Jiménez «Córdoba está encerrada en sí misma...». Diario CÓRDOBA, 26.03.2006).

«Córdoba es más romana que árabe, por más que digan». (De la entrevista de Javier Rodríguez Marcos. El País/Babelia, 01.07.2006).

«En el fondo de mi poesía late esa Córdoba de la infancia, esa Córdoba más soñada que viva, actual (sobre todo la actual, que es deleznable)».

«Córdoba es una colonia patricia, estamos pisando mármoles romanos. Todo ese arabismo que nos quieren vender es una patraña. Córdoba es Roma». (De la conversación con Eduardo García «Travesía». Campo de Agramante, Revista de Literatura, otoño-invierno 2008).

«Córdoba podría ser eterna, pero ahora es una ciudad desorientada en sus tradiciones. Se da una visión folklórica, incluso los patios se han desnaturalizado. (...) Cuando se restaura un edificio solo se deja la fachada, pero el alma del edificio se echa abajo, como en Orive, donde queda nada más que el patio».

«Julio [Romero de Torres] y su hermano Enrique son los descubridores de la plaza de Capuchinos, del verdadero sentimiento y alma de Córdoba que está allí». (De la conversación entre Pablo y Ángel Aroca Lara «La Córdoba pintada». Revista Cordobaexpone, 11-12. 2014).