Suspiros. Nervios. Algunas lágrimas comenzaban a recorrer las mejillas pintadas con franjas blancas y verdes. Se entonaban cánticos contra Las Palmas, cuya afición festejaba de forma prematura el ascenso del conjunto pío pío para desesperación de la hinchada blanquiverde. Entonces se cumplió la gesta. No podía ser de otra forma. Sufriendo hasta el final. Pero llegó el tanto del ascenso, en aquel preciso instante, desvanecida ya toda esperanza, el gol de la épica.

Se desató la locura. Volaron las sillas. Se alzaron las banderas. Las gargantas se quebraron gritando la nueva categoría en la que milita el equipo de la ciudad y despidiendo la Segunda. Las mejillas que antes goteaban encontraban un beso, no el de consuelo que cabría esperar, sino un beso cálido de alegría. Pero las lágrimas eran inevitables, las sonrisas se tornaron saladas y la felicidad se quedó dibujada para toda la noche. Algún día, esos aficionados, jóvenes en su mayoría, narrarán a sus nietos los que vivió ayer Córdoba. "Días de gloria para soñar". Había ganas de llorar. En general. En el ambiente. Se palpaba la emoción contenida y cuando se rompió el nudo en la garganta... cuando se rompió el nudo en la garganta se desató la pasión.

Un treintañero comentaba que él no tenía ni idea del Córdoba, que le gustaba el fútbol, pero que su equipo es el Madrid. Estaba en la calle La Plata y decía que iría a Las Tendillas porque es es el equipo de su ciudad. Y es que los aledaños de la céntrica plaza eran puro hervor de sentimiento blanquiverde entremezclado con una cierta indiferencia futbolística confiada en poder presenciar la gran fiesta.

SEGURIDAD

Porque, eso sí, confianza había en que no se sumara el 43 a la lista de años de espera para volver a la máxima categoría del fútbol español. Ya desde primera hora de la mañana había un grupo de operarios formando el triple vallado con el que se pretendía proteger la estatua del Gran Capitán. Por cierto, que Gonzalo Fernández de Córdoba amanecía ya con la bufanda puesta y una bandera cordobesista a sus espaldas.

No había terminado el encuentro --y, por tanto, ni había ni se esperaba celebración-- cuando las fuerzas de seguridad habían terminado su despliegue, que incluía unas cuantas furgonetas, por la céntrica plaza y por las calles aledañas. Aún está fresca en la retina los lamentables incidentes que se produjeron en el último ascenso, hace siete años, cuando un grupo de aficionados intentó invadir la fuente y hubo que dispersar a la masa. Ayer no se produjeron incidentes destacables, según fuentes policiales. Tampoco la gente logró acceder a la fuente, con la excepción de algunos intrépidos valientes que se vieron obligados por razones de causa mayor , como el rescate de un balón para el disfrute de la hinchada blanquiverde.

LLEGADA INMEDIATA

Y es que apenas sonaron los dos pitidos cortos y el prolongado y como las trompetas de los jinetes del apocalipsis se desató la locura. En escasos cinco minutos ya se contaban por miles los aficionados que se daban cita en Las Tendillas. Los cánticos estaban dedicados a Las Palmas, al intento de jugarreta de su afición. No eran especialmente cariñosos con los canarios.

Los principales grupos de animación estaban en la plaza. Llegaron los Brigadas. Son inconfundibles. Apenas comenzaron a mojarse con los chorritos se adueñaron del protagonismo de la fiesta. Pronto las bengalas alumbraron el atardecer de Córdoba. Un humo policromático le dio un nuevo color al centro. Empezaron a tirar fuegos artificiales que estallaron en el cielo de Las Tendillas. Era lo más próximo que se podía estar de materializar la letra de Queco, porque subirse al caballo pronto tuvo que caer en el olvido.

Lo que sí que se cumplió del himno más cantado anoche fue aquello de "para bien o para mal mi corazón siempre será blanquiverde". Porque ayer era todo para bien y todo blanquiverde.

Se vuelven a escapar unas lagrimillas. ¿Quién lo puede evitar? "¡Es de Primera, el Córdoba es de Primera, es de Primeeeera, el Córdoba es de Primera!"