Hacía dos años que Córdoba no veía pasear a sus majestades los Reyes Magos de Oriente por sus calles. Dos años que se hicieron notar ayer en la multitudinaria afluencia de personas que disfrutaron de esta edición durante todo el recorrido del cortejo, desde el inicio del mismo en la plaza de Santa Teresa. La jornada de los cerca de 700 integrantes 700 integrantes que ayer salieron en la Cabalgata empezó mucho antes. A tempranas horas de la tarde, los aledaños del estadio de El Arcángel se llenaron de niños, disfraces y, sobre todo, ilusión, de mucha ilusión. Cargar los caramelos, colocar bien las pelucas, que el disfraz estuviera bien puesto o, simplemente, que los nervios se templaran un poco. «Mi niño es muy nervioso», comentaba más de un padre, más preocupado que otra cosa, en El Arenal, a la espera de que la Cabalgata comenzara a andar. «No sé como va a aguantar las cuatro horas ahí», pero se aguantan, sobre todo cuando es por devoción y no por obligación. Todo listo, unos minutos después de las cuatro y media de la tarde arrancaba la primera carroza, la de la estrella de Oriente, a la que el primer pasacalles del cortejo la esperaba al comienzo del puente del Arenal.

Un cohete a las 5 de la tarde anunciaba lo que todos los que se encontraban en el Campo de la Verdad esperaban con más ganas que otros años, los Reyes Magos ya estaban en Córdoba. Este cohete fue acompañado de varios aplausos, incluso de gritos de emoción, eso sí, de los más pequeños. Unos minutos después, una carroza en forma de tranvía y con una gran estrella sobre su techo abría el cortejo de sus majestades. La música mezclaba desde sones de La guerra de las galaxias hasta marchas procesionales de Semana Santa o adaptaciones de canciones actuales. El gusto de todos quedaba así satisfecho. Con la música, el sonido de caramelos cayendo, niños celebrando que sus bolsas (reservadas para el gran día de Reyes) estaban ya «casi llenas», la ilusión también se medía en caramelos. Manos y más manos en un suelo que se volvía del color de las gominolas, de la forma del papel o de los logos de las empresas patrocinadoras.

Pero no solo se lanzaron caramelos, la Cabalgata también dejaba como recuerdos cientos de miles de juguetes. Eso sí, estos regalos no llegaban a tocar el suelo, a diferencia de las gominolas y caramelos. Para eso ya estaban súper papá y súper mamá, que al más puro estilo de Mazinger Z lanzaban sus «puños fuera» en busca del juguete para sus niños. También había quien, sin niños, recogían regalos y, muchos de ellos, los «donaban» generosamente a las pequeñas manos que, estando en brazos de sus padres, no llegaban al suelo para recogerlos o estaban más preocupados por taparse la cara y no llevarse un caramelazo.

Entre caramelo y caramelo, una carroza tras otra con sus pasacalles y músicos. La estrella de Oriente, Los cachorros policías, Los peques, En el agua, Pequemúsicos, Mundo marino, ¡Ven al cole!, el Cartero Real, el Castillo de Herodes, el Portal de Belén, Melchor (Elisa López), Gaspar (José Rojas) y Baltasar (José Manuel Larios), junto con las sus pajes, esas fueron las 16 carrozas encargadas de repartir ilusión al son de «ya vienen los Reyes Magos, ya vienen los Reyes Magos...». Era cierto que las bolsas se llenaban, incluso se repetían las mismas caras en varios puntos del recorrido, así conseguían llenarlas de caramelos que, todo sea dicho, seguro ayudaron a más de un «rey mago» a marcar el camino hacia los regalos que sus majestades dejaron anoche en sus casas. «Mamá, ya es de noche. ¡Ya han venido los Reyes a casa!», rezaba más de un niño. «Aún no, todavía tienes que dormir», replicaba algún que otro padre, esperando que, con los dedos cruzados, su hijo consiguiera irse a la cama y dormir, misión casi imposible para muchos. Terminaba el día de la Cabalgata, la noche daba paso así a una «ajetreada» agenda para sus majestades. Muchos niños, muchas casas, en algunas más regalos, en otras menos, y seguro que algún que otro madrugador por ver sus reyes.