A todo el mundo le gusta que aumente la participación. Todos se muestran siempre convencidos de cuánto les va a beneficiar. Hasta que efectivamente aumenta y no renta tanto como se esperaba. Entonces vuelta a empezar y a inventarse nuevas excusas para no caerse de la noria. Pero el mandato del pueblo catalán ha resonado el 27-S tan masivo como contundente.

Quedan pocas excusas. Por muchas ocasiones que le devuelvan los problemas a los electores para que los resuelvan votando, el resultado no cambia. Dos años después estamos donde estábamos. Más viejos, más cansados, más enfrentados y tras haber despilfarrado unas cuantas oportunidades.

Cataluña hace tiempo que vive como una sociedad conformada en dos bloques que, otra vez, se han reestructurado internamente en estas elecciones pero se mantienen íntegros y estables uno frente al otro.

De las urnas emerge un mandato negociador contundente. Hay que tomar una decisión. O perseverar hasta que reviente por algún lado, o inventar un espacio donde puedan encontrarse quienes votan por un Estado para la nación catalana y quienes votan por un Estado español donde pueda estar Cataluña.

Junts pel Sí ha ganado pero no ha tenido su plebiscito. Sus prestaciones como fuerza de gobierno se antojan ahora una incógnita. Pero deberá despejarla y rápido, empezando por la presidencia de Artur Mas . Aunque el plan consista en volver a convocar elecciones en un año y medio, durante ese tiempo deberá tomar y gestionar decisiones, hacer que funcionen hospitales o escuelas y entenderse con un previsible socio, la CUP, muy consciente de que no tendrá otra oportunidad igual y que está preparado para aprovecharla.

El reto de Ciudadanos

Catalunya Sí que es Pot paga el precio de querer llegar a todas partes y beber en todas las fuentes: acabar deshidratado y en tierra de nadie. El resultado de Ciudadanos representa un desastre para socialistas y populares. Empleando la contundencia dialéctica que ambos no se pueden permitir, Ciudadanos recoge las ganancias de la polarización que sembraron. Ahora le tocará demostrar si sabe hacer oposición al gobierno o solo oposición a la oposición. Acabar por delante de Podemos puede suponer un consuelo para los socialistas, pero eso no les devuelve los votos que les faltan en Cataluña para ganar la Moncloa.

El PP jugaba sobre todo fuera de Cataluña. Esperaba algo más en el Parlamento catalán pero necesitaba un resultado final para poder presentar en el resto del Estado como otra supuesta prueba de la veracidad de su estrategia para la generales. Ya lo tienen. El PP no se cansa de repetirnos que debemos elegir entre ellos y el caos. Ahora es el PP y la derecha española quienes deben resolver su propio dilema. Deberá elegir entre rentabilizar una estrategia del caos que les puede servir para ganar unas elecciones o ponerse a hacer política de Estado, pensando en el Estado y para salvar al Estado. La elección parece fácil pero no lo es. Pocas cosas más adictivas que el oportunismo.