Haltern am See es una ciudad pequeña, situada bastante cerca de la frontera holandesa. La mayoría de sus habitantes se levantaron ayer sin haber tenido tiempo todavía de asimilar la noticia que el martes dejó helada a Alemania, a toda Europa. Que el instituto local de secundaria abriera sus puertas, tal como ya anunció el día anterior el alcalde de la ciudad, Bodo Klimpel, fue la única muestra de una teórica normalidad en el centro educativo.

Los alumnos que acudieron al centro lo hicieron, como sus profesores, acompañados de psicólogos y de personal específicamente preparado para ayudar a afrontar situaciones extremas. Con ellos intentaban gestionar sus sentimientos, unos y otros, intentando digerir las pérdidas provocadas por el accidente. La digestión, aseguran los expertos, será lenta.

Proteger la intimidad

"El director del centro, Ulrich Wessel, ha blindado a los estudiantes y al personal del instituto para proteger su intimidad", precisaba la portavoz de la policía local, Ramona Hörst, a la entrada del instituto. Efectivamente, un cordón policial controlaba ayer el acceso al centro educativo, junto al cual se había habilitado un espacio para los medios de comunicación. Aunque oriunda de una población vecina, la agente reside en Haltern, donde ayer trabajaba con especial ahínco "por y para su gente". "Afortunadamente", confiesa, "no conozco en persona a ninguna familia afectadas. Eso hubiera hecho mi trabajo aún más duro", afirmaba con una mirada que lo dice todo.

Hablar con algún responsable del instituto fue imposible, pero la policía Hörst conoce un dato que estremecer escucharle contar: "Varios alumnos" (que finalmente resultaron ser 40) del 10º curso habían solicitado participar en el intercambio con el colegio de Llinars del Vallès. No todos podían ir, así que hubo que organizar un sorteo como resultado del cuál 16 seleccionados, junto a dos profesoras, volaron a Barcelona.

A diferencia de la mayoría de quienes paseaban por las calles del pequeño centro urbano, que no querían hablar del suceso, una señora que debía bordear los 60 años sí accedió. Decía conocer directamente a familias afectadas: en un caso son vecinos suyos, en el otro de trata de una familia que participa de las actividades organizadas en la parroquia de San Lorenzo, en la que la señora colabora. Cada vez más incómoda, no quería ofrecer detalles, aún menos su nombre. De pronto dio por terminada la conversación. Aun así, el ambiente en las calles del centro no era ni tan silencioso ni tan apesadumbrado como cabría imaginar. Junto al dolor había espacio para conversaciones intrascendentes e incluso risas.

A las tres de la tarde, el alcalde Bodo Klimpel se enfrentó nuevamente, en el ayuntamiento, a micrófonos y cámaras. Explicó que tiene un hijo "en noveno curso, un curso menos que los chicos muertos en el accidente". Admitió que "costará mucho superar esta tragedia" y aseguró que los vecinos de Haltern tendrán apoyo psicológico y espiritual tanto tiempo como sea necesario. Confirmó también que se ha ofrecido a los familiares la posibilidad de viajar al lugar del accidente. De nuevo frente al instituto, muy cerca de una pancarta con el texto "Ayer éramos muchos, hoy estamos solos", un grupo de niños de unos 12 años se dirige a alguna parte, en compañía de un par de adultos. Ajenos al dolor que viven 18 familias de la ciudad, juegan entre ellos, se empujan y ríen. El día después, también Haltern muestra dos caras. Como la vida misma.