Por unas horas, las que transcurrieron desde que se convocó la rueda de prensa hasta que Rosa Díez compareció ante los medios, las especulaciones hicieron que tomase cuerpo la posibilidad de que la lideresa de UPyD pusiese ayer punto final a 36 largos años de carrera política tras el fracaso andaluz. Fue un espejismo. Díez no dio la más mínima muestra de querer dimitir, ni siquiera de reconsiderar su negativa a pactar con su ya acreditado vampiro político, Ciudadanos. Un atrincheramiento que desató una inusitada rebelión interna en un partido que gobierna por puño de hierro.

¿Cómo se puede argumentar que no se dimite tras haber logrado apenas 76.653 votos frente a los 129.407 del 2012 y haberse quedado otra vez sin representación parlamentaria? Respondió Díez: "En las elecciones, como en la vida y en la política, a veces se gana y a veces se pierde. Lo importante es si uno tiene fuerza para seguir luchando en los valores y los principios en los que uno cree". Y la líder de UPD aseguró tener esa "fuerza" para seguir adelante, desafiando a la regeneración política que su partido pregona día sí, día también.

Frente a las voces que llevaban toda la mañana exigiendo una renovación a fondo en UPyD, lo que implícitamente podía interpretarse como una invitación a Díez a ceder el mando o, al menos, a retomar la negociación con Ciudadanos, la líder zanjó la primera hipótesis anunciando su candidatura a las elecciones generales, y la segunda defendiendo el carácter "insobornable, autónomo e independiente" de UPyD. Así, contra el muro de Díez se estrellaron las críticas de dirigentes de peso hasta ahora afines a la líder, como los diputados Irene Lozano y Toni Cantó, aunque ninguno pidió públicamente su cabeza. Lozano exigió que se "renueve" la estrategia del partido, en referencia al rechazo a pactar con Ciudadanos. Cantó, más rotundo, tildó de "decepcionante" la rueda de prensa de Díez y remachó: "La dirección debe responsabilizarse de las decisiones que nos han traído aquí".