Viéndola en el supermercado, con sus hijos de la mano, tendiendo la ropa o de compras por el centro, nadie podría imaginar que se dedica a la prostitución. A sus 44 años, Paqui, de sonrisa alegre y mirada dulce, hace casi dos años que se vio obligada a ejercer ése que llaman el oficio más viejo del mundo para sacar a su familia adelante. Nadie a su alrededor, ni siquiera su pareja, con la que hace tiempo que dejó de mantener relaciones, sospecha que la despidieron de su último empleo y que, por la mañana, después de dejar a sus hijos en el colegio, dirige sus pasos a una casa del casco antiguo donde se gana un jornal pasando muchas fatigas. "Hubo un tiempo en el que los dos trabajábamos y pagábamos la hipoteca puntualmente", explica, "pero luego él perdió el trabajo y hubo que elegir entre comer o pagar, así que acabaron quitándonos la vivienda". Durante un tiempo, consiguió sobrevivir trabajando por horas, cuidando a ancianos y enfermos, limpiando, hasta que la crisis fue reduciendo la oferta laboral y mermando sus recursos económicos hasta dejarlos a cero.

"Un día, una amiga de mucho tiempo que yo pensaba que era peluquera a domicilio, me confesó que en realidad era prostituta", recuerda. Agobiada por las deudas, sin posibilidad de seguir pagando el alquiler, sin ofertas de trabajo "ni siquiera para fregar escaleras", con dos hijos que alimentar y una pareja condenada al paro y "con muy poco espíritu", decidió seguir los pasos de su amiga. "Me presenté a una madame y me ofrecí a trabajar", dice sin tapujos, "nadie puede imaginar lo difícil que es meterte en el papel cuando no has hecho algo así en tu vida, ver esto como un trabajo, como algo mecánico, porque te sientes sucia y cuando iba a casa, antes de abrazar a mis hijos, mi obsesión era lavarme, me metía en la ducha y me arrancaba la piel a tiras".

En la casa en la que ejerce, el dinero es la clave de todo. "No hay compañerismo, ni sentimientos, solo rivalidad y envidia, si un hombre entra tiene que ser para ti, eso es lo que importa, así que te haces dura para sobrevivir en esa jungla".

A la hora de trabajar, ella es quien pone sus propias normas. Paqui nunca acepta servicios sin condón, por salud y por higiene. "Cuesta tener clientes fijos cuando te niegas a hacer ciertas cosas", explica. Según su testimonio, la mayoría de hombres que acuden en busca de una prostituta son casados. "Se quejan de que sus mujeres nunca tienen ganas, de que se aburren...", explica, "también hay jóvenes y parados, que en cuanto cobran el día 10, vienen a desahogarse, o gente de buena posición social que no te imaginas encontrarte en un lugar así".

Los ingresos varían mucho. "Se echan muchas horas, diez al día o así, y entre un 20 y un 30% de cada servicio se lo queda la dueña de la casa, así que juntar el dinero del alquiler y lo suficiente para sobrevivir cuesta bastante porque, como mucho, un día bueno, puedes entrar con cuatro o cinco hombres".

En este momento, no tiene planes, vive al día. "Mi meta es sacar a mi hijo adelante, sea como sea". Aunque se lo han ofrecido, se niega a que un hombre la saque de ese mundo y la mantenga. "Me lo han ofrecido, pero si no estás enamorada, acceder a algo así sería como prostituirme 24 horas", afirma rotundamente, "ahora, al menos, decido yo".

El caso de Paqui no es el único en Córdoba. Según Ana Montes, trabajadora social de Cruz Roja, encargada del programa de atención sociosanitaria a estas mujeres, el perfil de las prostitutas que ejercen en la ciudad ha cambiado mucho el último año. "Cada vez hay más españolas, mujeres de mediana edad, con hijos, que se meten en este mundo como último recurso", asegura, "lo malo es que consiguen un dinero rápido, nunca fácil, a cambio de estar muchas horas y de esa manera es muy complicado que lo dejen porque no tienen tiempo para formarse ni para buscar trabajo". Cruz Roja lucha contra la exclusión social de estas mujeres. "Vamos a los pisos, a las casas, las buscamos en la calle y les damos preservativos, asesoramiento sobre los recursos de salud que tienen a su disposición y, sobre todo, las escuchamos".