No le ha hecho falta a España un fútbol de partitura para estar en la final de la Eurocopa, en la que esta noche vuelve a verse las caras contra la misma Italia con la que empezó la competición. No es tampoco la gran preocupación de Vicente del Bosque y los futbolistas que dirige hacer juegos florales para intentar subir el último escalón en el Olímpico de Kiev, aquel en el que quedarían instalados como la única selección en la historia que ha alcanzado la triple corona de forma consecutiva. Un objetivo hermosísimo al que tampoco sería tan deshonroso llegar por la vía de la solidez, sin demasiados aditamentos. Y si La Roja rompe a jugar con todo su esplendor, mucho mejor para ganar al fin, con el balón en juego, a los italianos, algo que no ha hecho aún en una fase final.

No ha renunciado España a su estilo, al toque, a la posesión como mejor manera de atacar y defender, a la presión en campo contrario como mejor forma de sacar ventajas insalvables para los rivales, a la inspiración barcelonista en suma. Pero es verdad que no ha conseguido, salvo ante Irlanda, dominar los partidos con autoridad, ni tampoco la aceleración requerida para inclinar la balanza a su favor con claridad.

Lo hizo, sí, cuando metió revoluciones en la prórroga contra Portugal y en el tramo final del primer partido frente a los italianos, pero todo lo demás ha sido más control que profundidad, la alternativa de gobernar los partidos de modo más funcionarial, que también cuenta en los equipos grandes, y, por supuesto, con la interacción de los elementos que conforman el más eficaz aparato defensivo. A excepción de la tanda de penaltis, Casillas no ha vuelto a encajar un gol desde el de Di Natale.

Garantía de fiabilidad para una selección que tendrá enfrente a un rival que ha progresado en todos los aspectos desde el primer empate. Lo demostró de tal modo ante Alemania que su entrenador, Cesare Prandelli, ya es considerado en su país como todo un revolucionario. El se considera a sí mismo un poco visionario y en su visión más actual ve ir a ganar a España con argumentos similares a los de los vigentes campeones de Europa y del mundo. Habrá que verlo. Eso sí, trabajará sobre los puntos débiles que ha detectado. Tratará de cargar el juego por el lado de Arbeloa, de cerrar espacios, de embarrar la jerarquía de Xavi y de neutralizar a Iniesta, el más imprevisible de los españoles.

PARALELISMO Del Bosque, por su parte, no reza tanto como Prandelli. Lo suyo últimamente va más por lo terrenal que por lo espiritual, aunque también es cierto que lo que ha pasado con España en esta Eurocopa tiene mucho que ver con lo ocurrido en la de hace cuatro años en Austria y hace dos en el Mundial de Suráfrica. Como ahora, en ninguno de esos dos torneos llegó a la final jugando de maravilla. Bailó a Rusia en un segundo tiempo memorable y dos años después, sin llegar a realizar ningún partido redondo, vivió su momento cumbre en otro buen rato contra Alemania en la semifinal decidida por Puyol.

En esta ocasión, España no ha alcanzado momentos tan brillantes como aquellos, pero sí ha evidenciado que sus recursos se han multiplicado para hallar soluciones más grises pero igual de solventes. A Del Bosque le queda decidir si optará por Cesc como falso delantero, lo más probable, y si abrirá más el campo de entrada introduciendo a Pedro. Sin utilizar nombres, Luis Aragonés, el padre de la idea, le ha hecho unas recomendaciones más que lógicas.

"Para superar a Italia la velocidad en la circulación del balón tiene que ser superior y con mucha precisión. Está faltando profundidad en los últimos 20 metros", piensa el exseleccionador, para quien la ausencia de Villa pesa mucho cuando no aparecen los espacios. Lo cree Aragonés y lo suscribe cualquiera.