Lo merece el que ayer quiso trabajar, así como el empresario que en plena crisis no quiso perder ventas o producción. Los incidentes, por menores que hayan sido, son reprobables, con especial recomendación de lavado de boca con lejía a los que insultaron con repugnante machismo a varias mujeres en los polígonos. Y merece respeto la persona que, también en plena crisis, ha renunciado a un día de su salario para plantar cara a una reforma laboral de la que hasta sus acérrimos defensores (esos que dicen "hay que hacerla, no queda otra") admiten que deja al asalariado a los pies de los caballos. Como lo merecen los miles de cordobeses que ayer salieron a la calle.