Cuando empezó la crisis se decía que con ella vendría un rearme ético y el regreso de la cultura del esfuerzo, pero esos hermosos conceptos no se aprecian, al menos a primera vista. Ni la gente tiene más ganas de esforzarse ni la picaresca se reduce salvo que arrecie la vigilancia. Y, como la reforma deja tantos flecos al arbitrio de ese hipotético 'buen empresario' que no se mueve por la avaricia, sino por un sano crecimiento del negocio, es normal que dé miedo.