Una historia repetida vuelve a agitar el panorama de Alemania antes de una final. Michael Ballack, el hombre en el que se centran las esperanzas de los germanos, no se entrenó ayer con sus compañeros. Tampoco lo hizo el viernes. Arrastra unas molestias en el gemelo y su participación no se decidirá hoy hasta poco antes del duelo. El jugador del Chelsea ya se perdió la final del Mundial del 2002 ante Brasil por una sanción y agotará hasta la última posibilidad para poder medirse con España. En una selección donde no sobre el talento, la presencia de Ballack es primordial. Es el hombre que aporta el criterio en el centro del campo. Es el líder, el jugador capaz de decidir un choque.

Alemania se ha plantado en la final sin hacer ruido. Como casi siempre. En la primera fase cayó ante Croacia, y venció a Austria y Polonia. En los cuartos, hizo su mejor partido contra Portugal. Turquía fue su última víctima en un encuentro en el que exhibió su mentalidad ganadora, pero también dejó al descubierto sus carencias: un portero inseguro y caduco, una defensa lenta y una medular con pocas ideas. La gran baza de España pasa por castigar la parcela cubierta por Mertesacker y Metzelder, dos centrales que sufren mucho con delanteros móviles.

La velocidad de Fernando Torres puede causar más de un cortocircuito en el bando alemán. Por la derecha, Friedrich es disciplinado, pero muy limitado en el ataque, lo contrario que Lahm, un puñal por la izquierda, aunque más débil en defensa. En el pivote, Frings aportará el equilibrio con su habitual constancia y sacrificio. Hitzlsperger le acompañará en la labor de desgaste, mientras que las bandas quedarán para el enérgico Schweinsteiger y el habilidoso Podolski. Ellos serán los encargados de surtir de balones a Miroslav Klose, el delantero centro por excelencia de los germanos. El ariete le pondrá las cosas difíciles a Marchena y Puyol. Cualquier córner o jugada a balón parado será sinónimo de peligro.