Había sillas vacías dentro de la Almudena. Algunos familiares se quedaron en casa y no pisaron la catedral. Otros, indignados, no quisieron sentarse al lado de los dirigentes políticos que planearon la invasión de Irak. Otros, afligidos y hartos de que los medios de comunicación reflejen su angustia, estaban demasiado doloridos como para asistir a un funeral de Estado. Y otros, creyentes de su propio Dios, evitaron una ceremonia católica en la que no hubo ni una sola referencia a los credos no cristianos.

En cualquier caso, los asientos vacíos podían haber sido más numerosos. De hecho, los organizadores colocaron unas 700 sillas en la explanada exterior de la entrada principal de la catedral. La previsión era que los familiares más cercanos estuvieran dentro del templo y los otros, fuera. Y así se contemplaba en las invitaciones. Pero, al final, el hecho de que muchos no acudieran a la convocatoria oficial hizo que todos --unos 500-- cupieran dentro. Además, ayer llovía en Madrid y la imagen de los allegados mojándose mientras el resto de invitados permanecía dentro del templo hubiera sido demasiado triste y demoledora.

Lluvia y frío

A pesar de la lluvia y el frío, varios centenares de personas acudieron a las inmediaciones de la Almudena para arropar con su anónima presencia a los familiares de los muertos en el atentado del 11-M. En el patio de la Armería, que une la catedral con el Palacio Real, cuatro pantallas gigantes retransmitieron la ceremonia. Nadie gritó contra el Gobierno. Ni contra Colin Powell. Ni contra Tony Blair. La gente, religiosa en su mayoría, se dedicó a santiguarse, seguir las oraciones de la misa con un leve murmullo y rezar por los muertos.

En el patio de la Armería, blindado policialmente, al igual que todo el centro de la ciudad, no sólo había vecinos de Madrid con conciencia religiosa. Michael Studl, de 25 años, y su hermana Erika, de 22, acudieron al funeral, a pesar de estar de vacaciones en la capital. Los dos, nacidos en Chicago, reconocieron que George W. Bush se equivocó cuando decidió invadir Irak. "Tendría que haber usado la vía diplomática", dijo Erika. Pero se utilizó la vía de la guerra y el mundo es ahora un lugar donde, según los hermanos Studl, "todos los países deberían luchar como uno solo contra los terroristas".

Erika, que no pudo evitar emocionarse, se apoyó en el hombro de su hermano para concluir con una frase idéntica a la que dijo, hace días, Laura Bush ante las cámaras de TVE: "Los estadounideneses entendemos perfectamente el dolor de los españoles".

Dolor, angustia, congoja y lástima fue, precisamente, lo que ayer se respiró dentro y fuera de la catedral. Y eso a pesar de que, finalmente, el Gobierno ha evitado la imagen más devastadora: un funeral con 190 féretros. La misa tras el accidente del Yakovlev, con 62 ataúdes y gritos desesperados por parte de los familiaires de los militares muertos, removió demasiadas conciencias.

Esta vez, el presidente del Gobierno se llevó sólo un bramido. José María Aznar, que esperó al día siguiente del atentado para visitar uno de los hospitales donde estaban ingresados los heridos, aguantó con estoicismo la ceremonia de ayer. Su esposa, que por fin optó por el negro después de que el día anterior luciera un conjunto color crema en el homenaje que celebraron más de 200 alcaldes, también mantuvo un semblante serio.

Tanto Aznar como Ana Botella, en determinados momentos, cruzaron los brazos. Pudo ser una actitud defensiva. O bien, un gesto sin la menor importancia. Ellos sabrán.