El fenomenal concierto de canciones celtas de Beethoven que Carlos Núñez trajo al Gran Teatro el 2 de diciembre, y que se convirtió en una fiesta en toda regla para los sentidos, se vio empañado por la cegadora luminosidad de una innecesaria cantidad de pantallas de móviles con los que determinados asistentes se dedicaron a fotografiar y grabar las evoluciones interpretativas del artista gallego y su grupo de virtuosos. Esta actividad desestabilizadora no generaba más que indeseadas molestias entre quienes asistimos a disfrutar del concierto, no a reclutar imágenes y vídeos del acto, algo que considero puede ser una injerencia en el derecho a la intimidad, cuando no directamente una vulneración de los derechos de propiedad intelectual, del autor, que es quien decide cuándo se difunde y por qué canales su trabajo. Desde aquí le pediría al Gran Teatro que imite, por ejemplo, al Teatro de la Zarzuela, el cual señala en sus normas generales que «no se permite fotografiar, filmar ni grabar dentro del teatro». Recuerdo, al hilo de esto, que hace unos años saltó a los medios la esperanzadora noticia de que el gigante Apple había patentado una tecnología infrarroja con la capacidad de bloquear en los iPhones la realización de fotos y el registro de vídeos. Ojalá pronto sea una realidad y podamos volver a los conciertos a lo que siempre hemos ido: a gozar con la música, no a alimentar la parafernalia del exhibicionismo que reina en unas redes cada vez más antisociales.