Ante todo, quiero expresar mis más cariñosas y sentidas condolencias a los familiares de D. Alfonso Rafael Gordon Sanchiz (conde de Mirasol), por su reciente fallecimiento.

Hace pocos días tuve la suerte y la satisfacción de estar con él en Rute, en su casa, en su olivar, disfrutando de un almuerzo entrañable con mi madre, mi esposa y su hijo Alfonso, en el Cortijo Paneque..., tan solo una semana antes de su fallecimiento.

Personalmente, más que mi jefe siempre lo consideré un gran amigo, una excelente persona llena de valores, que tenía un corazón generoso y que desprendía una cordialidad verdaderamente exquisita.

Desde mi juventud siempre me ayudó y me enseñó muchas cosas de la vida y, en particular, las que conciernen al cultivo del olivar y a nuestros aceites, continuando las enseñanzas que mi querido padre me trasmitió hasta su fallecimiento. También en esa triste circunstancia me ayudó a superar esa gran pérdida con mucho afecto.

Precisamente, recuerdo con mucho cariño y agradecimiento los primeros pasos que dimos cuando iniciamos la elaboración de nuestros Aoves, junto a su hijo Alfonso y otras personas a las que les tengo un profundo aprecio.

La verdad es que fue un inicio muy difícil, pero con la ilusión, el entusiasmo y la perseverancia del estupendo equipo, conseguimos situar a nuestros dos Aoves (conde de Mirasol y Hadrianus) entre los mejores del mundo. Entre los numerosos reconocimiento obtenidos, a nivel nacional e internacional, me consta que el premio Villa de Rute, recibido el pasado año, fue especialmente emotivo para él por la significación de haberlo conseguido en la tierra donde se cuidan y miman sus olivares centenarios, y el cariño que siempre ha tenido hacia ella. En este sentido, me permito dedicarle muy afectuosamente los recientes reconocimientos obtenidos por sus Aoves en el prestigioso Concurso internacional Olivinus de Argentina; en concreto el Premio Gran Prestigio Oro otorgado al aceite Conde de Mirasol, y el Premio Mejor AOVE de España, a Hadrianus.

Para terminar, quiero decir que siempre estará en mi recuerdo. Y allá donde estén él y mi padre, seguro que me seguirán ayudando a caminar por la vida y a superar sus inevitables obstáculos, como estos momentos de profunda tristeza. D. Alfonso, Sr. conde, como yo siempre lo llamaba, gracias por todo lo que me ayudó, por sus ánimos, por sus consejos, por su noble ejemplo de fortaleza ante la vida... por esos momentos inolvidables que pasé con usted.

Gracias... siempre le tendré en mi corazón. (q. d. e. p).