El Centro es el lugar en el que todas las líneas convergen, el punto que se marca como equidistante de los límites que queremos dimensionar. Es algo así como la estrella polar de las cosas, el sitio al que uno vuelve la vista para no perderse, para ubicar con exactitud donde se encuentra y también donde quedan los cuatro puntos cardinales. El Centro, al fin y al cabo, es el que señala a la entrañas.

Con el centro de las ciudades ocurre lo mismo. En ellas late el corazón que bombea el día a día de sus habitantes, un corazón que, además, es capaz, además de crear profundos vínculos emocionales con quienes la transitan -o alguna vez lo hicieron- y también con quienes la sueñan sin haberla pisado jamás.

Quizá sea por eso que el centro de las ciudades es el lugar al que todos volvemos y el que permanece imperturbable en nuestra memoria. También el que tiene más años de antigüedad y el que, en consecuencia, alberga la esencia de las urbes y custodia su verdadera naturaleza, aquello que ha permanecido invariable y que todos somos capaces de reconocer.

Por eso, el Centro, además de un lugar físico, es también un concepto, una forma de entendimiento de la ciudad que a cada cual se le revela en el momento y en el espacio adecuados y es ahí donde se produce la comunión perfecta, la comprensión del alma de Córdoba. Y también de quienes la hicieron y siguen haciendo. Por eso el Centro no pertenece solo a sus vecinos, también al resto, porque cada cual lo siente como suyo, como su lugar común.

De ahí que el Centro sea el lugar de encuentro de propios y visitantes. Al Centro es donde se va con la familia a ver el alumbrado de Navidad. Al Centro es donde llevamos a las amistades que llegan de fuera para enseñarles lo más emblemático de Córdoba, aquello que forma parte de la identidad de la ciudad y lo que le da su propia personalidad.

El Centro es lo que visitamos cuando queremos recorrer las tabernas centenarias o cuando ansiamos reconciliarnos con el presente de una urbe en la que el pasado susurra en cada rincón.

En el Centro se ve la Córdoba romana, la judía, la musulmana y la cristiana. Se ve la ciudad señorial, pero también la burguesa y la popular de antes y de ahora. Se ve la Córdoba de los artesanos de ayer y de hoy, la de las tertulias literarias de antaño y también la de las reuniones modernas que quedan inmortalizadas en fotos y vídeos hechos con móviles de última generación.

Los bancos y asientos que alivian el paseo son un lugar perfecto para la contemplación de la Córdoba tangible e intangible. En ellos se juntan por igual personajes nonagenarios y púberes, hombres y mujeres de distintas nacionalidades que observan el ir y venir de lo cotidiano o un vecindario que aprovecha para charlar de sus cosas.

Mientras, el Centro continúa siendo un lugar de referencia para hacer compras, para buscar la ropa o los zapatos que renovarán nuestro vestuario. o los artículos de decoración que le darán otro aire a la casa, o el regalo perfecto para la persona perfecta.

También es el espacio en el que se encuentran dos de los tres grandes teatros municipales de la ciudad, los que proporcionan las tablas a las que se suben los grandes actores y actrices y las estrellas de la música que aterrizan aquí con su gira.

Y es que el Centro, en sí mismo, es un escenario perfecto para el espectáculo, para acoger los pasacalles que de vez en cuando recorren Córdoba o para reunir a un gran numero de público en citas anuales como la Noche Blanca del Flamenco, la Nochevieja, el recorrido más deseado de la Cabalgata de Reyes, el espacio para ubicar los cacharritos navideños que cada diciembre atraen a grandes y pequeños de toda la ciudad.

Y junto a ello ofrece la atmósfera perfecta para el silencio que precisan los pasos procesionales en Semana Santa o para hacer más amable la espera de quienes aguardan la llegada de una imagen icónica sumergidos en el bullicio de la madrugada.

Pero al Centro, además, le queda tiempo para la poesía, para el alegato a favor de los versos que cada año derraman los hombres del paraguas negro de Cosmopoética que este año ya han llegado. Un Centro que, en estos días, se manifiesta a la vez como diva y como musa, como abrigo y refugio de quienes saben que por muy fuerte que soplen los vientos no será posible llevarse la palabra.