Debate climático

Cortes de tráfico y pintura en los 'palazzos': Meloni declara la guerra a los activistas climáticos

Un proyecto de ley prevé multas de 60.000 euros y penas de prisión para un movimiento que aumenta sus simpatías entre la población

El alcalde de Florencia, en un enfrentamiento con activistas climáticos que echaron pintura al Palacio Vecchio de la ciudad.

El alcalde de Florencia, en un enfrentamiento con activistas climáticos que echaron pintura al Palacio Vecchio de la ciudad.

Irene Savio

El Gobierno de Giorgia Meloni quiere dar batalla a los nuevos activistas del clima y frenar sus protestas disruptivas. Pero ellos están dispuestos a seguir adelante: no se plantean dar marcha atrás. Esto es la síntesis del último (y novedoso) incendio político que acecha la sociedad italiana en estos días.

“No podemos pagar sanciones de 1.300 euros, así que si nos multan con 60.000 nos da igual”, ha respondido Giulio Giuli, de Ultima Generazione (Última Generación), grupo italiano del nuevo ecologismo radical. “Este tipo de medidas son cosas que, en general, no nos asustan”, ha argumentado durante un encuentro con corresponsales de medios extranjeros.

"El daño que hacemos es infinitamente inferior al que provoca la lluvia ácida sobre los monumentos”, afirma una activista

Giuli intervino así al ser preguntado por uno de los últimos diseños de ley (han sido tres) promovidos por la derecha italiana para frenar a los grupos que tratan de llamar la atención con acciones contundentes sobre la gravedad de la situación climática. Un proyecto de ley que prevé, además de multas hasta 60.000 euros, también penas de prisión de hasta tres años. Y que, pese a que aún debe ser aprobado por el Parlamento para entrar en vigor, ya ha recibido luz verde del Consejo de Ministros transalpino.

Forzar el cambio

Ultima Generazione es uno de los grupos de ecologistas que en Europa están recurriendo a estrategias cada vez más polémicas para concientizar y forzar cambios. Fundado en 2021 por algunos exmiembros de Extinction Rebellion (cuyas acciones el grupo italiano considera demasiado blandas) e integrados también por exactivistas de Friday For Future, su protesta se articula en actos de desobediencia civil. Principalmente, cortes de tráfico en zonas muy concurridas y ataques obras de arte o edificios históricos con materiales que, de momento, no han provocado daños irreparables. 

La acción contra un palacio florentino se viralizó cuando se difundió un vídeo del alcalde y abalanzándose sobre un activista

Algunos ejemplos. En agosto del año pasado, pusieron pegamento en la estructura de una escultura de Laocoonte en los Museos Vaticanos. En noviembre, arrojaron sopa de guisantes sobre el cristal de un cuadro de Vincent Van Gogh de una exposición temporal en Roma, también sin causar daños. En marzo, vertieron pintura naranja lavable sobre el histórico Palacio Viejo de Florencia. Una protesta, esta última, que se viralizó en las redes después de que el alcalde, Dario Nardella, difundiera un vídeo suyo gritando y abalanzándose sobre un activista.

De todas estas acciones los activistas deberán responder ante la justicia, extremo que asumen. “Cerca de 80 compañeros han sido denunciados por la vía penal o civil, y tenemos cuatro procedimientos judiciales que están a punto de abrirse”, ha explicado Giuli, quien es uno de los encargados de la organización de seguir las repercusiones legales de las protestas. 

Lluvia ácida

El debate bulle en Italia. Mientras que un sector de la población considera que son vándalos y reclaman para ellos castigos ejemplares, otros consideran que, tras el 'shock' inicial, el grito de desesperación de esta nueva generación de activistas es legítimo y empieza a captar cierto consenso, en uno de los países europeos más afectados por la crisis climática.

“No debería sorprender. En el norte de Italia ya ha habido episodios de campesinos que roban agua porque, sencillamente, no hay suficiente para todos", afirma Miriam Falco, docente de Lengua Italiana que se unió al colectivo en septiembre del año pasado. "Hemos llegado a esto porque se ha demostrado que en los últimos 30 años ninguna otra forma de protesta ha funcionado. Y, además, el daño que hacemos es infinitamente inferior al que provoca la lluvia ácida sobre los monumentos", añade Falco.

En este sentido, voces del mundo de la cultura han empezado a avalar las estrategia de los nuevos ecologistas. Un ejemplo es el del catedrático y crítico de arte Tomaso Montanari, quien recientemente ha defendido que la mayor amenaza para el patrimonio cultural italiano “es la crisis climática, no la pintura lavable”. “Creo que estos chicos han dado en el clavo con mucha inteligencia”, ha añadido Montanari.