Colonialismo digital

Del iPhone a ChatGPT: la tecnología que usas está fabricada en manos pobres

Gigantes como Apple, Facebook o Google deslocalizan parte de su cadena productiva en países del sur global para ahorrarse costes y problemas laborales, una estrategia que desprotege a los más precarizados

Tim Cook (en primer término, de amarillo), consejero delegado de Apple, durante una visita a una factoría de Foxconn en Henan (China), el pasado marzo.

Tim Cook (en primer término, de amarillo), consejero delegado de Apple, durante una visita a una factoría de Foxconn en Henan (China), el pasado marzo.

Carles Planas Bou

La ropa barata que vistes y los zapatos de moda que llevas probablemente han sido confeccionados en condiciones de precariedad por los empleados de fábricas en países como Bangladés, Myanmar, Indonesia o China. Incluso podrían ser fruto del trabajo forzado. Con la tecnología pasa lo mismo.

Aunque no lo veamos, un hilo invisible conecta el móvil de última generación que guardas en tu bolsillo, nuestras redes sociales favoritas y la inteligencia artificial que tanto nos fascina con países del sur global donde la mano de obra es mucho más barata, especialmente en el África subsahariana o el sureste de Asia. No es un hilo, sino la cadena de suministro global. Una realidad que va más allá de la extracción de minerales esenciales para la fabricación de dispositivos tecnológicos como el litio, el coltán o el cobalto.

Es el caso del famoso ChatGPT, un programa capaz de simular una conversación humana y responder a todo tipo de preguntas de los usuarios casi en tiempo real. Incluso resumir textos complejos en términos simples, hacer tus deberes, componer música o escribir una novela imitando un estilo literario. Al interactuar con la máquina puede parecer que hace magia, pero esa sensación está lejos de la realidad. El sistema, que ya usan más de 100 millones de usuarios al mes, ha sido programado para aprender de millones de datos que extrae de internet.

Desigualdad poscolonial

El 18 de enero, una investigación de la revista TIME destapó que OpenAI, la compañía responsable responsable de ese chatbot había subcontratado a trabajadores en Kenia para que revisasen su buen funcionamiento. Usar la información que saca de la web lleva a ChatGPT a cometer errores importantes e incluso replicar mensajes de odio. La misión de los empleados keniatas es testear el programa una y otra vez y marcar las respuestas erróneas. Esa categorización permite reducir los sesgos y perfeccionar las respuestas. Esa tarea es vital, pero aún así su salario equivalía a los dos dólares por hora trabajada.

La decisión de externalizar esas tareas en Kenia evidencia una relación poscolonial desigual entre los gigantes tecnológicos y las naciones en vías de desarrollo. El salario que se paga a los trabajadores keniatas es superior a la media del país, pero está muy lejos de los 14,71 dólares por hora que cobran los empleados en Estados Unidos por la misma tarea. Otros cargos de esa empresa cobran entre 192.000 y 273.000 dólares al año. Tras la multimillonaria inversión que hizo Microsoft en enero, OpenAI está valorada en 29.000 millones.

"Cada vez hay más trabajadores dispuestos a competir de forma salvaje para acceder a salarios cada vez más bajos", explica el investigador en tecnopolítica Ekaitz Cancela. "Es un modelo que se está extendiendo por todos los rincones del mundo".

Asimetría norte-sur

Esta realidad está lejos de ser una anomalía. OpenAI subcontrató a esos empleados a través de Sama, una empresa californiana que gestiona centros en Kenia y Uganda para realizar esas tareas más mecánicas y a la que recurren otros gigantes del sector como GoogleWalmart, Microsoft o Meta. Si cuando haces 'scroll' en Facebook Instagram no ves vídeos de asesinatos, violaciones o maltrato animal no es porque no existan, sino porque esos empleados los han visto y eliminado antes. Con el consecuente impacto psicológico que ello supone.

Sama se describe como una compañía ética cuya misión es usar la economía digital para dar oportunidades a gente vulnerable. Sin embargo, enfrenta demandas por trabajo forzado, tráfico de seres humanos y represión de los sindicatos, que también incluyen a Meta. Una de esas denuncias la interpuso el mayo pasado Daniel Motaung, un empleado indirecto del gigante de las redes sociales. "Cuando eres pobre, es difícil negociar las cosas en un entorno laboral", explicó a 'The Africa Report'. "Aunque puedan sindicalizarse, esos empleados lo harían en el marco de países vulnerables como Kenia que no pueden negociar con esas multinacionales y donde la desprotección laboral es tremenda", añade Cancela. La presión internacional sí ha logrado que Sama deje de prestar servicios de moderación a la compañía liderada por Mark Zuckerberg.

Beneficio económico

Como pasa en otras industrias como la textil o la agroalimentaria, las empresas tecnológicas del hemisferio norte se aprovechan de un sur en el que se concentran trabajos poco valorados y mal pagados. Esa deslocalización les supone un importante beneficio económico. Además de recibir subsidios de los países que las quieren captar y de ahorrarse problemas laborales y los salarios de empleados en países más ricos, compañías como Meta, Alphabet (matriz de Google) o Microsoft explotan los vacíos legales en las leyes globales sobre impuestos para dejar de pagar unos 2.800 millones de dólares, según un estudio de la oenegé ActionAid del 2020. Tal incentivo no hace más que perpetuar esa asimetría de poder.

Apple lleva más de una década concentrando la mayor parte de la producción de los iPhone en China. La escalada de tensión entre Washington Pekín ha hecho que la compañía de la manzana y otros pesos pesados de la industria como Google, Amazon o Microsoft muden parte de la fabricación de sus productos a países como VietnamIndia Tailandia para reducir su dependencia del gigante asiático. Aunque parte de esa estrategia responde a razones geopolíticas, las empresas siguen priorizando su bolsillo. Los ingresos anuales de los manufactureros chinos se han triplicado en los últimos diez años hasta superar los 8.820 euros, según la Oficina de Estadística del país. En sus nuevos destinos la mano de obra es mucho más barata.

Esa lógica de extracción vampirizadora apunta en una dirección cíclica. "Cuanto menor desarrollado sea el país mayor será la penetración de estas empresas", apunta Cancela. "Explotan los países y sus recursos porque es la única manera de asegurar sus ganancias y competir con un país con un país sin derechos laborales como China". Ese es el modelo hacia el que vamos.