El “reloj del fin del mundo” es un famoso proyecto divulgativo liderado por científicos que analiza, a su manera, cómo de cerca está la humanidad de autodestruirse. Cuanto más próximas a las doce están las agujas de su reloj ficticio, más peligro hay de que todo termine. Los analistas de la junta directiva del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago (Estados Unidos) llevan actualizándolo desde mediados del siglo pasado. Si se mira ahora, hay una buena y una mala noticia: la buena es que no se ha acercado más a la medianoche (el final de la especie) tras el comienzo de la invasión rusa de Ucrania; la mala es que está a solo 100 segundos, más cerca que nunca de la autodestrucción. Lleva así desde hace unos años, sobre todo por los riesgos del cambio climático, pero también por el enfrentamiento entre China y Estados Unidos, la proliferación de armas nucleares, de la nanotecnología, del control del espacio y de la ciberguerra.

La invasión rusa de Ucrania ha tenido al mundo en vilo desde que comenzó hace ahora nueve meses. Esta misma semana saltaban todas las alarmas tras saberse que dos personas habían muerto en Polonia por uno de los misiles que se disparan en la guerra Ucrania y Rusia. Si era un proyectil ruso, temían algunos, esto podría forzar a la OTAN a intervenir, porque se podría considerar el ataque a uno de sus miembros. En realidad, la cláusula de protección mutua se activa por una decisión política, según los propios estatutos de la Alianza. No se hace de forma automática. Y los aliados han dado ya muestras evidentes de que no quieren entrar en el conflicto de Ucrania con ataques directos a Rusia. Evitan escalar, limitando por ejemplo el tipo de armas que mandan a Ucrania y excluyendo el material más “pesado”, como aviones de combate o tanques de última generación. 

Ese incidente (que Estados Unidos dice que fue provocado por un misil antiaéreo ucraniano) ha puesto de manifiesto que el mundo camina demasiado cerca del precipicio. La cuestión es si más de lo que lo ha hecho siempre; si el mundo está abocado a otra guerra mundial en el futuro próximo.

“No, no se puede decir que vivamos en un momento de enfrentamiento militar global o de preparación para una contienda bélica mundial. Ese no es el mundo en el que vivimos hoy”, opina para El Periódico de España José María Peredo, catedrático de Política Internacional en la Universidad Europea. “Hay quien quiere compararlo con las tensiones previas a la primera o segunda guerra mundial, pero yo no creo que la situación sea equiparable en términos históricos”. 

El principal argumento es que todas las partes parecen estar haciendo un esfuerzo por contener el conflicto bélico, sangriento, en Ucrania. No solo como país, sino como zona geográfica. 

"Aunque hay un riesgo alto de que la guerra de forma intencionada o por error entre en territorio OTAN (eso es lo que pasó el pasado 15 de noviembre), precisamente por la reacción precavida de la Alianza veo pocas intenciones de escalar el conflicto", dice a este diario Malgorzata Mazurek, profesora de historia de la Universidad de Columbia en Nueva York.

Moscú ha acusado a la OTAN de estar llevando a cabo una "guerra proxy" contra Rusia y ha advertido de que esto podría derivar en el estallido de la Tercera Guerra Mundial. Esas guerras por delegación fueron las que dominaron la Guerra Fría, cuarenta años de enfrentamiento entre la URSS y Estados Unidos en los que nunca tuvieron una confrontación directa, pero apoyaron a milicias o a distintos bandos en decenas de sangrientas guerras por todo el mundo. Por ejemplo en la guerra entre las dos Coreas entre 1950 y 1953, en la que cada parte fue apoyada por uno de los dos bloques, pero sin intervenir con sus soldados. 

Es precisamente en aquella época cuando el reloj del fin del mundo antes mencionado ha estado más cerca de la medianoche en términos de autodestrucción bélica, dejando a un lado el efecto del cambio climático actual. El mundo venía de la II Guerra Mundial, en la que habían muerto entre 50 y 60 millones de personas de una población total de 2.000 millones.

Desde el final de esa gran contienda, y hasta la caída de la URSS, el mundo vivió episodios de una tensión comparable o superior a la actual. Un ejemplo emblemático es la crisis de los misiles de Cuba en 1962, un pulso militar que mantuvieron Washington y Moscú en las aguas que rodean a la isla comunista. Estados Unidos había descubierto que su enemigo había colocado misiles balísticos de alcance medio en la isla caribeña, y la sometió a un embargo marítimo que botes de la Unión Soviética estuvieron a punto de intentar atravesar, lo que habría desatado el conflicto. Finalmente, las negociaciones consiguieron evitar la tragedia. Pero se había elevado el nivel de peligro a Defcon 2, máxima alerta, por primera vez en la historia del país (la otra sería la primera guerra del Golfo). Defcon 1 es la guerra nuclear total. 

Desde entonces ha habido otras situaciones de alta tensión militar. Por ejemplo, con la invasión militar de la URSS de Checoslovaquia en 1968. Y ha habido largos conflictos como la guerra de Vietnam de 1955 a 1975, con cerca de un millón de muertos, en la que Estados Unidos y sus aliados se enfrentaron directamente al Ejército del Gobierno comunista vietnamita, apoyado militarmente por la URSS. 

"La diferencia fundamental entre la Guerra Fría y el momento actual es que muchos de los países que estuvieron dentro de la URSS ahora son naciones soberanas socias de la OTAN", argumenta Mazurek.

Hay casos más recientes y en suelo europeo, como el de las guerras de Yugoslavia, que desintegraron al país y que acabaron con la vida de unas 150.000 personas, muchas víctimas de limpiezas étnicas. La OTAN llegó a entrar en el conflicto y bombardeó la capital Serbia, Belgrado, en 1999.

Más allá de la invasión de Ucrania, donde la artillería, los tanques y los bombardeos siegan la vida de decenas de miles de personas, hay otros conflictos latentes que toman la forma de guerras híbridas. Y en ese aspecto el pronóstico no es bueno. “Hay un choque constante entre Estados Unidos y China en términos de inteligencia, competición tecnológica, armamentística y de disuasión que sí apunta a una contienda latente entre las principales potencias y sus aliados”, dice Peredo. “Pero parece haberse encauzado y la comunidad internacional asume que las grandes potencias y sus aliados rivalizan en sus intereses y compiten por ganar mercados, influencia o tener mejor tecnología”. Si esa tensión deriva algún día en un enfrentamiento directo, está por ver. 

La guerra de Ucrania ha supuesto el catalizador de una nueva carrera armamentística para modernizar los Ejércitos. La estrategia de defensa que acaba de publicar Estados Unidos este mismo mes hace mucho hincapié en mejorar su armamento nuclear para ver cómo se mejora su capacidad disuasiva. La atmósfera belicista está ahí, y hay que estar más alerta, aunque quizá no tanto como en la Guerra Fría, apunta el catedrático, que compara la incertidumbre que se vivía en los años noventa con la que se vive ahora. Entonces, era un desconocimiento al futuro que estaba dominado por una mayor esperanza de libertad, más países democráticos, más entendimiento y menos atención a la seguridad, porque ya se había terminado la Guerra Fría y se había quitado de en medio la sensación de alarma. La URSS ya no era un enemigo. Ahora se vive otra incertidumbre, esta vez más pegada a la seguridad física, al choque sangriento. Es una incertidumbre pesimista.